tag:blogger.com,1999:blog-11496065337335211742024-03-21T06:45:34.078-07:00OpsenopinaAquí he decidido poner algunas de las opiniones que he vertido en diversos artículos publicados en la página de El Chofre y en la de El Toro de Madrid. No se trata de hacer una compilación ni muchísimo menos una "antología", sino solamente juntar lo publicado para ahorrarles espacio a mis gentiles y pacientes anfitriones de otros portales. Si alguien puede encontrar de alguna utilidad lo que escribo me doy por bien pagado.Opsenhttp://www.blogger.com/profile/08225355401900043078noreply@blogger.comBlogger34125tag:blogger.com,1999:blog-1149606533733521174.post-1131122065369545142008-12-31T08:04:00.000-08:002008-12-31T08:13:03.238-08:00Año Nuevo<p></p><br /><p>Normalmente el título del último artículo del año podría ser perfectamente “Feliz Año Nuevo” en lugar de Año Nuevo, a secas. Es verdad que un título así no aporta mucha información ni despierta mayor interés. Pero la alternativa de desear felicidades indiscriminadas también me ocasiona problemas. Para mí los buenos deseos ecuménicos, en caso de ser sinceros, son improcedentes y de no serlo, son innecesarios. Honestamente no me puedo acostumbrar a la idea de estar deseando lo mejor a todo el mundo, me lea o no, porque este mensaje estaría, idealmente, llegando tanto a Taurodelta como a los reclusos del penal de Punta Peuco, en mi país. Y mientras respecto a estos últimos espero que se pudran en la cárcel, a los empresarios de Madrid les deseo que el cese les llegue lo antes posible pero en estupenda salud y con las mejores perspectivas para el futuro, alejados de las plazas de toros. A mis amigos y familia ya les he hecho llegar mis parabienes, y a los pocos que no he conseguido ubicar, por tener sus señas equivocadas, ya veré la manera de saludarlos cuando corresponda.<br /><br />Lo que nadie nos impide, sin embargo, es expresar nuestras esperanzas para el año nuevo. Por lo que a mí respecta, reduciendo el ámbito a la temática de estas páginas, quisiera que, por casualidad, salieran toros alguna vez a las plazas, que tocara la suerte que en el ruedo hubiera toreros que supieran cómo lidiarlos y que se diera la dichosa circunstancia de que, cuando esto sucediera, servidor estuviera presenciando el festejo. Cualquiera diría que es una manifestación de modestia franciscana el pedir tan poco, pero la verdad es que si llegara a ocurrir sería un pequeño milagro. Cualquier aficionado antiguo se mesaría los cabellos al escuchar que la presencia de un toro de características tan obvias como casta, trapío, fuerza y bravura sería una entelequia de soñador empedernido y que pedirlo sería estar desprovisto de todo sentido de la realidad.<br /><br />Y a más de alguno le entraría un jamacuco al enterarse que la gran aspiración de los aficionados actuales es poder ver una lidia en la que se reciba al toro de las características mencionadas arriba, ganándole terreno, bajándole las manos y rematando en la boca de riego; que la suerte de varas se empleara para medir la bravura de los toros a través de ponerlos a su distancia, picarlos arriba y probar cada vez las condiciones de sus embestidas en tres quites; que los banderilleros estén breves, hagan la suerte con galanura, claven arriba, cuadren en la cara, salgan andando y hasta a veces se desmonteren al finalizar el tercio; y que los matadores le den la lidia adecuada al toro, según sus características, y en el mejor de los casos triunfen, si se topan con un animal bravo y noble que les permita citar de largo, cargar la suerte, parar, templar, mandar y rematar atrás para, después de cuatro o cinco tandas, entrar a matar por arriba.<br /><br />¿Que cuándo he visto yo una corrida así? Aunque parezca raro, muchas veces, y no digo yo, sino muchísimos aficionados que llevan algo más de tiempo yendo a los toros. No he descrito una corrida apoteósica ni una faena de época. Solamente he mencionado lo que tenemos derecho a esperar de un espectáculo como la tauromaquia: que los toros respondan a su condición de reses de lidia y los toreros hagan su trabajo. El problema es que esto se ha desnaturalizado tanto que cuando uno habla de lo normal se piensa que está invocando ensoñaciones antojadizas e imposibles de llevar a cabo. La fiesta está en una situación de descomposición tal que ya no se sabe si es todavía posible disfrutar de su versión tradicional.<br /><br />Y no solamente los toros. Una esperanza profundamente sincera, es que cuando también se describa a un niño la posibilidad de vivir en una ciudad en la que no caigan bombas, en la que pueda ir todos los días a una escuela que no esté en ruinas, corriendo el riesgo de morir en el camino y que cuando regrese a su hogar no lo haga con el miedo de haber perdido un ser querido en el último bombardeo, que cuando ese niño escuche algo así deje de pensar, con tanto escepticismo como sentido de la realidad, que son sólo los deseos fantasiosos de gobernantes lejanos e indolentes. Si hay realidades modificables deben ser esas. Cargar la suerte o no, ya pierde toda relevancia.<br /><br />Por cierto, y a pesar de todo, la fiesta la debemos seguir defendiendo y lo haremos. Con esto aprovecho de concluir estas líneas haciendo votos porque dos de aquellos grandes bastiones de la afición, representantes de las entelequias soñadoras de los recalcitrantes, regresen a la vanguardia de la lucha por la integridad. El Chofre y Betialai, Toni y Miguel, comencemos el año volviendo a hablar de toros, que nos hace mucha falta a todos.Opsenhttp://www.blogger.com/profile/08225355401900043078noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-1149606533733521174.post-6841206086883262542008-09-26T11:47:00.000-07:002008-09-26T11:49:06.999-07:00Todavía no, por Dios<p></p><br /><p>Aquel consabido “¡No vuelvo más!” que todo aficionado ha proferido bastante más de una vez a la salida de la plaza, cuando lo que había presenciado no era aquello por lo cual había pagado, y que se repetía con toda la sinceridad que daba el calentón pero sin dejar de abrir una compuerta a la esperanza que nos iba a tener sentados en el tendido al día siguiente, ahora ha adquirido un tinte más serio, y sin temor a exagerar, dramático.<br /><br />Dos de las páginas de referencia de los aficionados, El Chofre y el Blog de Betialai, han manifestado su decisión de cerrar, después de haber cumplido una labor imprescindible durante años al servicio de la afición, paliando toda clase de ataques e infamias, especialmente procedentes del taurineo y sus adláteres temerosos de que fuentes independientes e informadas, que dicen la verdad y denuncian la mentira, puedan estropearles el negocio y violar la impunidad con que los poderosos generalmente pretenden perpetrar sus trapisondas.<br /><br />Ninguno de esos ataques, por infundados y barriobajeros que fueran, hicieron mella en la voluntad de estos dos aficionados como la copa de un pino, Juan Antonio Hernández y Miguel Machimbarrena, de seguir adelante durante años en la consecuente campaña en favor de la fiesta, de su integridad y de su pureza. El que ahora hayan decidido abandonar la lucha tiene que tener otras connotaciones que van más allá que la polémica con mercaderes o ignorantes. No conozco detalles, aunque los presumo, y no me pronunciaré sobre las posibles motivaciones. Cabe mencionar que, desde que tomé conocimiento de la decisión de poner fin a las actividades por parte de ambos portales no he tenido contacto directo con sus responsables y, obviamente dadas las circunstancias, mis correos no han sido todavía respondidos en el momento de escribir estas líneas, por lo que actúo solamente por presunciones y por el egoísta deseo de que no nos dejen solos.<br /><br />Los aficionados necesitamos todo lo que Toni y Betialai representan y no tenerlo significará un vacío que nadie está en condiciones de cubrir. Por esa razón, pasando por alto toda cortesía, tacto o buen gusto, vuelvo a insistir, como el elefante en la cacharrería, en lo que ya he manifestado en el blog de Beti y por diversos correos: <strong>no nos hagáis esto</strong>. Entendiendo perfectamente las motivaciones porque todos hemos estado a punto de mandar a la mierda muchas cosas en nuestra vida, pero, de todos modos he de cometer la desvergüenza e ingratitud de recordaros que vuestro trabajo no es solamente vuestro sino que es un referente, de los poquísimos que quedan, en el que nos afirmamos tantos que queremos salvar esta bendita afición. <br /><br />Sé que es difícil hacerse a la idea de seguir enfrentando las broncas, especialmente cuando proviene de sectores con los que existe o debiera existir una mayor afinidad; sé que hay enemigos a los que resulta muy fácil dejarlos en el pozo séptico al que pertenecen y del que nunca debieron salir, así como difícil es acostumbrarse a la incomprensión de quienes comparten nuestra trinchera; sé que alguna vez ese “¡No vuelvo más!” dejará de ser un exabrupto y se transformará en una realidad ineludible, pero a pesar de todo eso quiero creer que ese momento todavía no ha llegado. Todavía no, por Dios.Opsenhttp://www.blogger.com/profile/08225355401900043078noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1149606533733521174.post-37363305283753743442008-09-22T14:07:00.001-07:002008-09-22T17:01:56.450-07:00El tonto de Barcelona<p></p><br /><p>Las variantes y derivaciones de los comportamientos de los toros son afortunadamente numerosas, lo que propicia que los aficionados, por una parte, puedan ponerse de acuerdo, en líneas generales, quitando y poniendo elementos hasta llegar a una descripción relativamente rigurosa de lo que ven o, por otra, a que no lleguen jamás a entenderse. Entre las variantes más reconocibles y cada vez más frecuentes en las plazas españolas de nuestros días se encuentra una que no era tan recurrente hasta hace algunos años atrás: el tonto.<br /><br />El tonto es el toro que va y viene, es el toro que “sirve”, el toro que cree que su obligación no es pegar cornadas sino colaborar con las figuras. Algunos de ellos desarrollan motor y embisten durante largos minutos sin tirar un mal derrote a pesar de todos los errores que se cometan con él, a pesar de los cites fuera de cacho, los enganchones y las dudas. A un toro encastado ese tipo de faena le sienta fatal y suele protestar poniendo en serios aprietos al torero, pero claro, ahí está la diferencia fundamental. El toro encastado aprende y el tonto no se entera.<br /><br />Esa característica inestimable de docilidad para aquellos diestros que quieren ejercer su profesión sin sobresaltos y para aquel público que gusta de divertirse en línea recta, es la que los alquimistas del encaste bodeguero han venido buscando y consiguiendo desde hace años hasta llegar al toro llamado “artista”. Lo malo es que, si bien en un principio movía a dudas el comportamiento de un toro de nobleza ovejuna, que no reaccionaba aunque el diestro fuera un inepto y que llegaba a la muerte sin dominar pero sin establecer tampoco reivindicación alguna de dominio, ahora esa opción de la <em>entente cordial </em>entre toro y torero es la exigida y aclamada.<br /><br />Había una broma que solía lanzar el público de boxeo en Sudamérica cuando el combate estaba aburriendo a las ovejas y los púgiles no parecían ni deseosos ni capacitados para mejorar la situación. Nunca faltaba alguno que gritaba desde el gallinero: “¡Arreglaos por las buenas!” Sin duda era un recurso irónico para manifestar la protesta por una labor no cumplida en el cuadrilátero. Ahora, en los toros, el público en general parece estar deseando que se dé una circunstancia así, donde no haya combate, donde no haya que manifestar supremacía alguna, donde salga un tonto que vaya y venga, aunque sea sólo por un pitón, que ya se encargará el diestro de evitar el otro, para poder dar rienda suelta a su entusiasmo.<br /><br />El tonto, que entre los menos iniciados propiciaba la confusión entre bravura y recorrido, nobleza y bobaliconería, era una excepción ingrata en medio de una cabaña brava que ofrecía todavía numerosas variantes, incluso hasta positivas, pero con el paso del tiempo los taurinos han conseguido dar carta de ciudadanía al fenómeno y ahora han culminado indultando un tonto en Barcelona.<br /><br />No, no hablaré de José Tomás, ni para bien ni para mal. Solamente me interesa aclararme sobre los parámetros que se van a empezar a usar desde ahora en las plazas de primera para calificar el comportamiento de un toro de indulto. Como comparación convendría mencionar a Belador, el famoso Victorino que se indultó en Madrid. El toro soportó con bravura una suerte de varas en regla, y después de habérsele perdonado la vida estuvo dos horas en el ruedo, pidiendo guerra, porque no había manera de meterlo a los corrales, incluso después que Ortega Cano casi lo matara de verdad, cuando clavó la banderilla con que simuló la suerte suprema por uno de los boquetes que había dejado el picador y estuvo a punto de hundirse como un estoque.<br /><br />En Barcelona no solamente se simuló la suerte de matar sino también la suerte de varas, y el toro se fue de vuelta, camino a la dehesa, a paso cansino y sin que hiciera falta más que el torero con su muleta para meterlo dócilmente a los chiqueros. Yo, como la mayoría, porque la plaza de Barcelona tiene el aforo que tiene y no más, opino por lo que he visto en los vídeos de internet (a pesar de lo cual, insisto, no hablaré del torero) y por lo que comenta gente confiable que estuvo presente, y con esos antecedentes no me puede entrar en la cabeza que el toro haya sido un ejemplar excepcional, con condiciones de casta y bravura que lo hayan hecho acreedor del beneficio de padrear. Esperemos que la obnubilación que ha puesto patas arriba un ya menesteroso escalafón de matadores no nos lleve también a trastocar definitivamente los valores cuando se trata del ganado y así terminar con todos los elementos que han hecho de esta fiesta un arte de bravura y de valor. Confiemos en que el tonto de Barcelona sea la excepción.Opsenhttp://www.blogger.com/profile/08225355401900043078noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1149606533733521174.post-65988569628114691222008-07-31T07:09:00.001-07:002008-07-31T07:14:03.165-07:00El Autocar<p></p><br /><p>El autobús ya se ha transformado en un símbolo reconocido para determinar la cada vez menor cantidad de aficionados que van quedando en esta bendita fiesta de los toros. A eso se añade el que dentro del propio vehículo la gente ya va sentada en espacios diferentes y, yendo contra toda lógica que establece que si somos tan rematadamente pocos, por lo menos deberíamos unirnos, se dedica a entablar luchas intestinas que podrán tener un sentido puntual pero que en ningún caso debiera significar una división de lo que tanto nos ha costado reunir. El fenómeno no es nuevo ni, en principio, demasiado grave, salvo en caso de enfrentar un momento de crisis, de amenaza externa o de descomposición interna del espectáculo.<br /><br />Temo, sin embargo, que el momento sí ha llegado, y que de lo que se trata es de unirse para salvar lo poco que nos va quedando, iniciativa que ha tenido un excelente impulso en la presentación del Manifiesto y su posterior ratificación, aunque en este caso haya serias diferencias de opinión respecto al trato que se le da a la suerte de varas. Pero esas son cosas debatibles y no dudo que se seguirán conversando.<br /><br />Ahora bien, saliéndonos del caso del autobús estamos empezando a sufrir la influencia de otro medio de locomoción que siempre ha formado parte del bestiario del toreo moderno (por ser coche a motor) pero que está adquiriendo dimensiones desproporcionadas e influencias descabelladas en el transcurrir del espectáculo taurino, desvirtuando su sentido y convirtiendo en circo lo que fue siempre la fiesta del arte y del valor. Nos referimos al famoso autocar.<br /><br />Rara vez un torero de provincia, especialmente si es un novillero, llega a Madrid sin venir acompañado de un grupo de incondicionales premunidos de albos pañuelos, suculentas meriendas y toda la alegría del mundo, con la sana intención de alentar a su protegido. Nada que objetar. Hasta que la empresa obligó a quitar los carteles y las pancartas de las barandillas de la barrera, éstas no solamente se engalanaban con los capotes de paseo de los toreros sino con los llamados más variopintos de las diversas peñas y asociaciones que querían homenajearse a sí mismas o a los toreros de sus preferencias, actuaran o no, y eso es afición, respetable y entrañable, pura y dura.<br /><br />Pues bien, además de esas tradicionales imágenes, en medio de la mayor diversidad de peñas, aparecían flores de un día en las que un grupo de incondicionales de Nosecuantos de la Sierra llegaba con su cartelito, “Aúpa Checho”, a los tendidos altos de sol, y acompañaba la actuación de su ídolo con los jaleos más extemporáneos, movidos por el aprecio por el actuante, por una parte, y por otra, porque en los pueblos la fiesta es triunfo, es éxito, es diversión, haya o no toro, haya o no toreo.<br /><br />Nadie puede criticar una actitud tan candorosa como frívola mientras no pase de ser una anécdota entre las muchas que se viven diariamente en una plaza de toros. El problema se produce cuando los de autocar toman a su cargo el espectáculo y pretenden imponer en plazas ajenas –y de primera categoría, para más inri- los parámetros a los que responden en sus propias plazas, y además, imponerlos por la fuerza bruta. Allí la simpatía se pierde por completo y, además de juzgar la actuación del torero con las habituales exigencias cualitativas que corresponden en la primera plaza del mundo –estoy hablando, obviamente de Madrid- todo exabrupto de ignorantes descontrolados y fanáticos debe ser repudiado y reprimido con todo el peso de la autoridad.<br /><br />No suele ocurrir, pero en Madrid se dio el caso durante la final del concurso de novilleros. La policía se hizo presente, según cuenta un aficionado del tendido siete, para expulsar a un sujeto que quería ahogar las protestas de un aficionado a golpes, incluso cuando éstas no se referían directamente al chico que estaba actuando sino a la organización misma del evento. Como es obvio que el desenlace del incidente fue el correcto, no ha sido mencionado en ningún medio de comunicación. Los únicos que se han mojado han sido, como siempre, los blogs de aficionados y, obviamente, ninguno, sin excepción, ha hecho causa común con el mamporrero del autocar, sino que han justificado el que el agresor haya sido expulsado del tendido.<br /><br />A decir verdad, todavía no parece un incidente grave si no fuera por el hecho que se produjo en el corazón del tendido siete. Es decir, la empresa está infiltrando autocares en el único sitio (salvo honrosísimas excepciones) que todavía vela por la pureza y la integridad de la fiesta. Le han abierto la compuerta a los ignorantes provocadores, cuya misión fundamental en la plaza parece consistir en abuchear las protestas aunque no entiendan un comino de lo que está ocurriendo en el ruedo. Y eso sí puede llegar a ser grave porque, si bien esta vez la autoridad ha aplicado el cedazo adecuado, con la mala prensa y el mal nombre que tiene el tendido de los aficionados de Madrid, es perfectamente posible que en el futuro los pasajeros de los autocares tomen como deporte el armar follón en el siete, y ya sabemos a quiénes echarán la culpa los enemigos de la afición.<br /><br />No se trata de ser agorero ni ver fantasmas donde no los hay, pero este año servidor ha tenido la suerte de ver la Feria de San Isidro desde el tendido siete, rodeado de caras amigas y de expertos aficionados que me ayudaron a pasar momentos gratísimos, viendo y aprendiendo de toros. Pues bien, todas las justas protestas de dichos aficionados eran objeto del rechazo de los tendidos aledaños, e incluso, por parte de vecinos de tendido con vocación más triunfalista. Esto mientras todavía se mantiene una proporción aceptable de buenos aficionados en el tendido. Como eso llegue a cambiar, ya no habrá quien salve la integridad del espectáculo, tan resueltamente defendida por los pocos pasajeros que le van quedando al autobús. Y ya hay demasiados interesados en que eso ocurra.Opsenhttp://www.blogger.com/profile/08225355401900043078noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-1149606533733521174.post-65001741968328003152008-06-28T09:19:00.000-07:002008-06-28T11:02:32.889-07:00La Afición Conspicua<p><span style="font-family:lucida grande;"></span></p><p style="font-family: georgia;" class="MsoNormal"><span lang="ES">Desde que se tiene memoria, la afición de Madrid ha sido objeto de ataques del oficialismo basados en un principio que se ha impuesto a pesar de su manifiesta ausencia de toda lógica: el que los aficionados quieren que los festejos fracasen. La “irónica” observación de aquel NO-DO de los años sesenta (“¿Por qué protestan algunos? ¿Porque llueve?”) o el desgraciado comentario deslizado en la transmisión por televisión de la corrida de Victorino de 1982, (“¡Qué mal rato estarán pasando los del pañuelo verde!”) dan una idea del espíritu que se les atribuía a quienes protestaban desde su tendido.<br /><br />Y estamos hablando de gente que supuestamente entendía de toros, aunque algunos pudieran tener otros intereses que los llevaran a torcer levemente los hechos hacia su querencia. Pero el caso se da más palmariamente entre los espectadores que reaccionan a los sonidos y no a los conceptos, y para quienes las palmas de tango no son otra cosa que contaminación sonora porque no son capaces de reconocer el motivo de la protesta. Ellos han pagado su entrada y quieren tener su fiesta en paz, sin contratiempos que ni entienden, ni les interesan.<br /><br />“El toreo es emoción, y mientras te emociones todo lo demás es secundario”, se escucha decir con cada vez más frecuencia. Dicho en román paladino, cualquiera puede acudir, aunque sea por primera vez en su vida, a una representación artística, y si se emociona, por las razones que sean, esto lo convierte en un experto capaz de rebatir cualquier opinión disidente y, si están en mayoría, expulsar a quienes llevan años viendo y estudiando determinado arte y tienen fundadas razones para no dejar que la supuesta emoción reemplace el respeto por los rudimentos.<br /><br />Ese respeto por las normas básicas de la tauromaquia, que la afición intenta defender con ardor, incluso ahora donde la proporción de desconocedores opinantes ha aumentado peligrosamente y hay muchas cosas elementales que se han perdido por ley, se ha transformado para los espectadores emocionables en una serie de tópicos con los que se pretende exigir la “tauromaquia perfecta”, agregando, con paternalismo, que esa no existe. No creo necesario que nos detengamos a establecer la distancia entre los mínimos que se exigen, lo poco que se ven en el ruedo y lo que sería la tauromaquia perfecta, pero convendría aclarar que lo que los emocionables llaman tópicos no son otra cosa que los rudimentos de aplicación obligatoria en cualquier arte.<br /><br />En música, la afinación no es un tópico; en pintura, la perspectiva no es un tópico; en literatura, la ortografía no es un tópico. Son los elementos básicos con los que se empieza a trabajar aunque pueda haber variantes y transgresiones –voluntarias y conscientes, por cierto- que hagan del arte algo nuevo e interesante. Ignorarlos es un error y quien sepa que lo es, tiene la facultad y la obligación de hacerlo presente.<br /><br />En tauromaquia, un toro íntegro, con casta, trapío y en puntas, no es un tópico. Torear con la panza de la muleta, cargar la suerte, no meter el pico, dar la distancia y los terrenos adecuados, entender a los toros, no aliviarse, mentir, ni zapatillear, no son tópicos, son exigencias básicas. Hay quienes se emocionan con el destoreo y piensan que eso es suficiente para darle legitimidad. No lo es, y los aficionados lo saben. Eso es lo que tanto les molesta a quienes quieren amortizar los, a veces, desorbitados precios de sus localidades.<br /><br />Actualmente las cosas se han trastrocado hasta darle interpretaciones casi surrealistas. Durante una de las presentaciones de El Cid en la pasada Feria de San Isidro, el torero pretendió culminar una meritoria tanda con un pase de pecho citando exageradamente fuera de cacho, porque no había mandado lo suficiente para dejar al toro en la posición adecuada para ligar. La afición se lo reprochó. El Cid miró al tendido 7, asintió, se cruzó y dio un pase de pecho monumental que fue celebrado de pie por toda la plaza, especialmente los reprochadores. La interpretación de algún “comentarista” emocionable: “¡Jódete 7!”.<br /><br />Es difícil encontrarle alguna lógica a dicha interpretación, pero si nos vamos por el camino de lo estrafalario esa es la solución. Que los toreros salgan al ruedo a joder al 7 y hagan las cosas como mandan los cánones, a toros íntegros. De esa forma los energúmenos que buscan solamente fracasos saldrán con la cola entre las piernas y la tauromaquia habrá recuperado sus valores originales. Pero, claro, no es eso. El siete quiere ver toros y toreros que los toreen, y cuando aparecen se vuelve de miel. Son los mediocres, los triunfalistas o los sinvergüenzas los que se quejan de la “dureza” de los entendidos.<br /><br />El grave problema actual, entre otros, es que la proporción de aficionados entendidos y la de los desconocedores emocionables ha cambiado de forma brutal, no tanto en lo que se refiere a números, porque siempre la afición conspicua fue una minoría, sino en la actitud contestataria de analfabetismo militante, alimentada y promovida por la prensa oficialista que ha encontrado en aquellos cándidos pero irresponsables adversarios de todo lo que salga del tendido 7, la masa de ingenuos útiles que les ayude a proteger su negocio.<br /><br />El recientemente fallecido periodista taurino Rafael Campos de España, señalaba en una oportunidad, criticando la vehemencia con que el 7 reacciona ante lo que no le gusta, que, antiguamente, bastaba con que el Ronquillo se levantara y dijera que no con la mano para que una vuelta al ruedo ya no valiera. Era suficiente sin tener que desgañitarse para denunciar el fraude. Claro. Es verdad. Entonces los restantes 23.950 espectadores no estaban lanzando claveles, pidiendo orejas, ni mentándole la madre, como ahora, a los cuatro que quedan, que todavía exigen el toreo en su plenitud y no la farsa que vemos actualmente. Así cualquiera.</span></p>Opsenhttp://www.blogger.com/profile/08225355401900043078noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-1149606533733521174.post-63684552434570037062008-06-07T03:51:00.000-07:002008-06-28T11:02:08.696-07:00De vuelta<p><span style="font-family:lucida grande;"></span></p><p style="font-family: georgia;" class="MsoNormal"><span lang="ES">De vuelta de Madrid he dejado pasar algunos días antes de intentar poner en orden lo visto, lo no visto y lo que posiblemente no volveré a ver. Para comenzar debo confesar que solamente asistí a ese peculiar San Isidro, emparedado, como la mortadela del bocadillo, entre dos ferias difícilmente encasillables: la de la Comunidad (¿de quién es San Isidro entonces?) y la críptica Feria de Aniversario, que por su tozudo empeño de celebrarse todo los años debería llamarse Del Cumpleaños, a pesar que no he conseguido encontrar ningún aficionado que fuera capaz de decirme el nombre del festejado. Debo reconocer que, además de la falta de tiempo, fue la falta de interés la que me llevó a saltarme los apéndices del serial principal.<o:p></o:p></span></p><p style="font-family: georgia;" class="MsoNormal"><span lang="ES">Sin pretender que este escrito se transforme en un cuaderno de viaje, ya que tomaría varias resmas el relatar todas las cosas vividas y todavía no les podría hacer justicia, quisiera mencionar que mi principal satisfacción provino de haberme reencontrado con grandes amigos y amigas, excelentes aficionados y personas honestas que hicieron enormemente placentera mi estadía en la capital del reino. Nombrarlos a todos y a todas sería de nunca acabar, y mencionar sólo a algunos o algunas sería injusto, de modo que lo dejo aquí y traslado a todos mi gratitud por regalarme momentos tan gratos.<o:p></o:p></span></p><p style="font-family: georgia;" class="MsoNormal"><span lang="ES">Después de las ferias anteriores, las esperanzas de encontrarme con la gran sorpresa de una corrida completa bien aprovechada por los de luces, se encontraban bastante difuminadas, a pesar de mi terca tendencia a la esperanza. Quiero mencionar, sin embargo, que antes de comenzar la feria tuve un impagable encuentro con el arte, aunque no en la plaza, al asistir a la estupenda exposición fotográfica de Juan Pelegrín, lo que me resarció de la falta de estética de tantos festejos del largo serial, y me permitió un primer encuentro con gente entrañable.<o:p></o:p></span></p><p style="font-family: georgia;" class="MsoNormal"><span lang="ES">Lo que vino después, es lo que temía. Hemos visto la fiesta del presente y me temo que del futuro, porque, tal como están las cosas, parece que el proceso es irreversible. Y lo digo especialmente porque lo que se ha pretendido hacer, con la mejor de las intenciones, a través de publicar un apéndice del Manifiesto de los Aficionados referido a la suerte de varas, se ha convertido, sin querer, en un aval de lo que hemos visto. Desde luego que ninguno de los estupendos aficionados que participó en la ardua redacción del documento final, que conoció varios borradores, puestos a discusión entre las partes involucradas, hasta llegar a su forma definitiva, se da por satisfecho con aquella farsa indigna en que se ha transformado el primer tercio, pero, desgraciadamente, el demonio está en el detalle.<o:p></o:p></span></p><p style="font-family: georgia;" class="MsoNormal"><span lang="ES">Lo que vimos en Madrid, la primera plaza del mundo, fue un tercio consistente en dos puyazos (es un decir) como norma para todos los toros. De esa forma no se mide la bravura ni se hace necesario para el ganadero criar y seleccionar toros que aguanten una suerte de varas en regla. El anexo del Manifiesto no toca ese problema como no sea para recomendar que, a pesar de estar legislado el mínimo de dos puyazos, se deba aumentar el número de varas para conseguir premios como orejas, vueltas al ruedo y la elección de la mejor corrida o el mejor toro.<o:p></o:p></span></p><p style="font-family: georgia;" class="MsoNormal"><span lang="ES">Todos sabemos que los profesionales del toreo, vulgo “taurinos”, tienen la tendencia a elegir de la ley aquello que los beneficia y omitir lo que no les gusta a través de ignorarlo y violarlo consistentemente hasta que se transforma en una ley natural, para después integrarlo al borrador del siguiente Reglamento. Ha ocurrido con numerosas cosas, desde la espada de madera hasta el caballo con los dos ojos tapados, pasando por algunos usos más antiguos como la prohibición de los subalternos de torear a dos manos, como no fuera por orden del matador. Creer que se va a respetar algo que ni siquiera está establecido como regla es caer en una ingenuidad ni siquiera explicable por la candorosa condición de aficionado a los toros.<o:p></o:p></span></p><p style="font-family: georgia;" class="MsoNormal"><span lang="ES">Desde luego, las disquisiciones anteriores nos podrían llevar a concluir que, así como se han puesto por montera las tradiciones y la lógica de la tauromaquia, es perfectamente posible que los profesionales del toreo se pasen por el arco del triunfo todas las propuestas promovidas por un grupo de aficionados independientes que no tienen ningún interés comercial en la fiesta. Pero eso había que pensarlo antes de publicar un Manifiesto.<o:p></o:p></span></p><p style="font-family: georgia;" class="MsoNormal"><span lang="ES">Todos somos conscientes de que la fiesta necesita una rectificación profunda si quiere alcanzar la dignidad y la fuerza de siempre y eso ha llevado a los redactores del documento y a quienes lo apoyamos, a levantar la voz en defensa de valores imprescindibles. Pero un manifiesto no es una rogativa, es una exigencia destinada a conseguir lo que nos niegan. No podemos exigir a través de amoldarnos a las posibles concesiones porque no estamos negociando sino demandando. El manifiesto más célebre, quizás, de la historia contemporánea establecía que los proletarios del mundo debían unirse y que lo único que tenían que perder eran sus cadenas. No decía que las cadenas debían ser más ligeras o más largas para permitir más libertad de movimientos. No se trataba de adecuarlas, se trataba de perderlas.<o:p></o:p></span></p><p style="font-family: georgia;" class="MsoNormal"><span lang="ES">Si con nuestras exigencias pretendemos buscar el camino del medio para no ser demasiado exigentes y conseguir más a nuestro favor, no debiéramos molestarnos porque ese es el camino en que nos encontramos actualmente, y es el camino de los taurinos. Si no se recupera el tercer puyazo por ley no habrá suerte de varas y da igual los premios, la puya o el tamaño del encordelado. Nos habrán terminado de escamotear nuestra fiesta irremediablemente para reemplazarla con lo que vimos en San Isidro 2008.<o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal"><span lang="ES"><span style="font-family:lucida grande;"><span style="font-family: georgia;">Dicho todo esto, hay que reconocer que la mayoría de los postulados del documento sobre la suerte de varas son verdades imprescindibles que describen con total claridad las carencias actuales y formulan las mejores soluciones. Pero no basta. Sin las tres varas, no basta. A pesar de todo, y desde el fondo de mi corazón testarudo, vaya mi apoyo irrestricto al Manifiesto original y mi reconocimiento y admiración a quienes, insisto, con toda buena intención del mundo, se han metido en el trabajo tan agotador como infecundo de buscar un parche para una fiesta que requiere cirugía mayor. Ojalá que el inestimable impulso perdure y nos lleve a propuestas más radicales, teniendo que reconocer, con tristeza, que “radical” se considera actualmente a cualquier esfuerzo por salvar la fiesta devolviéndole los valores esenciales que siempre tuvo.</span><o:p></o:p></span></span></p>Opsenhttp://www.blogger.com/profile/08225355401900043078noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1149606533733521174.post-81775167773538847532008-04-18T09:09:00.000-07:002008-04-19T23:02:07.794-07:00El Manifiesto y la suerte de varas<p></p><p><br />A punto está de ratificarse el Manifiesto por una Fiesta Íntegra, Auténtica y Justa, y ha llegado el momento de confirmar nuestro compromiso con dicho documento. Seguimos, después de un año, suscribiendo todas las ponencias que lo originaron y nos reafirmamos en nuestra convicción de que nada tiene importancia si no hay toro. Ahora, sin embargo, ha surgido un elemento complementario a dicha ratificación que nos enfrenta a algunos problemas que sería del caso analizar someramente, aunque temo que no es demasiada profundidad la que se necesita para cuestionarlo. Me refiero al apéndice relativo a la suerte de varas.<br /><br />Desde luego que, para cualquier aficionado, la mención de que la suerte de varas se ha desvirtuado y se ha convertido en un simulacro indigno no puede sino despertar un total acuerdo. Todos sabemos que el primer tercio de la lidia es actualmente un trámite, sin arte ni lógica, que más de algún profesional quiere dejar tras de sí cuanto antes para dar paso a lo que, por lo visto, es lo único que actualmente vale que es la interminable faena de muleta. Por eso es perfectamente explicable que sigan surgiendo voces que claman por la modificación de la suerte para volver a recuperar uno de los valores más importantes y una de las mayores bellezas de la tauromaquia.<br /><br />Para ello, sin embargo, habría que buscar los orígenes del problema con algo más de rigor, y mucho me temo que la redacción del apéndice se ha quedado más en el pragmatismo que en la búsqueda de la auténtica solución. Ya el prefacio a las medidas propuestas trae la primera zancadilla.<br /><br /><em>“...la suerte de varas, tal como se realiza en la actualidad, ha degenerado en un auténtico despropósito en el que la desidia de los profesionales y la vulneración del reglamento, con el consentimiento de la autoridad, se han convertido en una triste rutina y, más que para ahormar, se utiliza para destruir, en caso de los escasos toros con poder que saltan al ruedo, o se convierte en un simulacro, como es habitual que ocurra ante la falta de poder de la mayoría de los toros.”</em><br /><br />Leyéndolo, parece perfectamente razonable si no fuera porque se desliza la mención a la vulneración del Reglamento. Todo lo demás es cierto, incluyendo la falta de poder de la mayoría de los toros, y aquí es donde llegamos al quid del asunto. El Reglamento actual, fue concebido como una forma más, de las muchas que hemos sufrido en las últimas décadas, para amoldar la ley a las carencias de los toros, en lugar de exigir que los toros respondan a su condición de animales de lidia. Mientras no haya toros de lidia en el ruedo, cualquier intento de modificación de la suerte de varas no será sino una teoría tendente a poner la carreta delante de los bueyes.<br /><br />La única manera de que la suerte de varas recupere su sentido es modificando el Reglamento, no cumpliendo el actual. Hay que exigir la vuelta a los tres puyazos o, al menos, a las tres entradas al caballo en las plazas de primera y para ello hay que mejorar la selección y crianza de la cabaña brava actual. Con los toros que se informa que han salido en Sevilla, obviamente, es imposible, pero la solución para superar esa vergüenza no es eliminar puyazos y bajar el listón de aceptación de la Autoridad confiando en las tragaderas de la afición, sino comprar otros toros, de otros ganaderos, y contratar a los toreros que puedan con ellos.<br /><br />Ciertamente a quienes decimos que hay que comenzar a devolver los toros, como siempre ocurrió en Madrid, por ejemplo, que no soporten las tres varas, nos dirán que de este modo vamos a acabar con la fiesta, cuando lo que realmente está acabando con la fiesta es esto; es el ir recortando las piernas del pantalón para emparejarlas hasta que nos quedemos en paños menores. El seguir reduciendo las exigencias de los toros para darle el gusto a los toreros culminará en la eliminación del primer tercio y por ende, de una de las suertes, quizás la que más, que da auténtico sentido a la fiesta del arte y del valor.<br /><br />Desde muchos sitios surgen voces, muchas de ellas muy cualificadas, que proponen diferentes variaciones tanto en la suerte como en la conformación de los útiles para ejecutarla y, desgraciadamente, todas tienden a facilitar la presencia en el ruedo de toros que no son de lidia. Los insistentes llamados a la reducción del tamaño de la puya, así como a que se pique solamente con la pirámide, para lo cual la única fórmula, si llegara a saltar al ruedo casualmente un auténtico toro de lidia, sería colocar la cruceta delante del encordelado, o la vara no estaría cumpliendo con su función tradicional de “detener”, son variantes para continuar con la claudicación a la que los aficionados nos hemos visto forzados.<br /><br />Todas las demás sugerencias de la propuesta relativas a los premios son sensatas pero no son otra cosa que un esparadrapo cuando lo que se necesita es cirugía mayor. De esta situación solamente se puede salir volviendo a las reglas que se usaban cuando había toros en el ruedo, y respetándolas. Pero para eso, obviamente, es imperativo que haya toros en el ruedo y en eso se deben centrar nuestros esfuerzos. Nada tiene importancia si no hay toro. Ni siquiera una suerte de varas “en regla”.</p>Opsenhttp://www.blogger.com/profile/08225355401900043078noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-1149606533733521174.post-25114430839916533802008-02-10T16:24:00.000-08:002008-02-10T16:28:09.045-08:00Toros contra toros<p></p><br /><p>Al iniciar estas humildes reflexiones, vaya por delante una declaración de principios. El día en que a la afición se le exija resignarse a aceptar al toro sin casta como un infortunio inevitable para la preservación de la fiesta actual, será el día en que este modesto aficionado dedicará su tiempo, su interés y sus penosamente ganados cuartos a actividades que le reporten alegrías, momentos gratos y emociones artísticas auténticas.<br /><br />Ya sé que nos estamos repitiendo y que nos estamos ganando la fama de majaderos y de monotemáticos, pero en nuestra defensa tendremos que decir que no hacemos sino reaccionar a la machacona pertinacia de los indocumentados que pretenden justificar su ignorancia creando máximas que contradicen toda la lógica que pudo tener la tauromaquia, en lugar de sujetarse a las reglas de siempre, que posiblemente desconocen o prefieren no conocer.<br /><br />Y es que, efectivamente, los principios de la tauromaquia eterna son porfiadamente incómodos y quien quiera seguirlos y respetarlos tiene que resignarse a ver la fiesta con mirada crítica y analítica en lugar de seguir el camino más fácil y divertido de pasar por alto principios en aras de amortizar alegremente el precio de la entrada. Obviamente la tauromaquia es una afición y las aficiones tienen el propósito primordial de divertirse, pero cualquier aficionado serio, o el amante de cualquier arte, comprenderá que si ha elegido una especialidad se supone que es para gozar de ella sobre la base de los principios que la componen. Si bien el tema es recurrente y hasta repetitivo, mucho más lo son los ejemplos con los que se suele demostrar la estolidez de pretender cambiar un arte para adecuarlo a la propia ignorancia.<br /><br />La mitología popular, exacerbada interesadamente por los profesionales del toreo y sus representantes de la prensa, ha venido esparciendo especies que a estas alturas están desembocando en la creencia general de que existen diferentes tipos de corridas de toros, algunas de las cuales pueden prescindir del toro. El “medio toro” ha existido siempre y las figuras incompetentes y manipuladoras también, pero, de una forma u otra, ya sea por el mayor interés y los conocimientos algo más escrupulosos del público de antaño o por la acción de críticos de prestigio y conocimientos capaces de crear conciencia entre los menos entendidos, todas esa formas de fraude eran tomadas como lo que eran; una variante de la tauromaquia tradicional, pero indefendible.<br /><br />Actualmente la, indiscutiblemente, precaria situación en que se encuentra la cabaña brava, ha llevado a ciertos sectores del público a tomar partido del lado de quienes han conducido a la fiesta a la crisis ganadera en la que se encuentra, a través de establecer la mañosa división de los toros que “sirven para dar espectáculo” y los zambombos pregonaos, que atribuyen del gusto de la afición, que salen al ruedo a pegar derrotes y que resultan imposible de torear según los cánones al uso. Convendría señalar en este punto que los toros del triunfo se definen por su bondad, nobleza, recorrido, por no tener volúmenes exagerados y por ser cómodos de cabeza. Es decir el sueño de todo torero.<br /><br />¿Qué podrá tener de malo eso?, se preguntará uno. Bueno, un pequeño detalle: la ausencia del elemento que fundamenta y da sentido a la fiesta de toros, que es la demostración de supremacía del hombre frente a la fiera. Para conseguirla hace falta tener al frente un enemigo y no un colaborador. Para que el hombre salga vencedor en el combate, el enemigo debe tener casta, si es posible bravura y, sí señores, peligro. Sigo repitiéndome pero nada me puede sacar de mi convicción de que, sin emoción, la corrida no es más que el sacrificio de una res por un matarife de luces.<br /><br />La tauromaquia, después de una época marcada por los tonos grises, ha llegado a una situación de blanco y negro. No hay términos medios. Se trata de toretes indecorosos que permitan el triunfo de los ídolos de moda, o de gayumbadas infumables que impidan cualquier diversión. El que se queje por la falta de bravura, de casta, de fiereza o de las condiciones físicas mínimas para cumplir en varas, ése es el que exige seis marmolillos de dimensiones acromegálicas y pitones elefantiásicos. ¿Cómo decía uno de los tópicos más socorridos? ¿Grande, ande o no ande? Los aficionados nos hemos transformado en los reventadores del placer de la masa a través de urgir la presencia de toros que, todos sabemos de antemano, no van a “ayudar”.<br /><br />Victorino, Dolores Aguirre, Hernández Plá, Monteviejo, todo lo que tenga que ver con Vega Villar, se han transformado en el referente de los aficionados toreristas para demostrar que la fiesta de la casta y la bravura está destinada al fracaso. Más allá del hecho de que las ganaderías mencionadas estén en buen momento o no, que muchas no lo están, el rechazo al constante clamor de los aficionados por recuperar las características de lidia de los toros se confunden frecuentemente con la pobre situación en la que, lamentablemente, se debaten ganaderías que, en su mayoría, han rechazado la tentación de sucumbir ante el mercantilismo y se han aferrado a sus principios éticos, los que muchas veces los han obligado a enviar al matadero lo que nadie quiere y a dar por fracasos corridas que se perdieron en manos de inútiles que no supieron por dónde meterles mano a una corrida encastada.<br /><br />Ante esa realidad artificiosa la alternativa parece ser la que debemos enfrentar día a día por esas plazas de Dios. Toros que no aguantan ni dos puyazos bien dados (y estoy siendo muy generoso), con cornamentas cuidadas para no ocasionar demasiada inquietud, capaces de ir y venir tras el pico de la muleta por diez minutos seguidos, si no se les fuerza demasiado, que llevan las orejas en la boca mientras se les someta al destoreo tradicional, porque como se les baje la mano y se les cargue la suerte no duran ni un momento sobre sus cuatro patas, y que producen la paz interior de los toritos inválidos que mencionaba Joaquín Vidal en una de sus inolvidables crónicas. Y se supone que ese tipo de ganado es el único adecuado para “hacer el toreo”, es el que los artistas necesitan para recrearnos con sus figuras afrodisíacas y postura mágicas.<br /><br />Habiendo mencionado al maestro Joaquín Vidal, se me viene a la memoria un fragmento de la crónica de un otoño de Madrid:<br /><br /><em>Jamás el toreo, en las décadas últimas que se recuerdan, alcanzó la grandeza a donde lo llevó Rafael de Paula con su faena de muleta al toro-torazo, cornalón y astifino, que salió, sobrero, en cuarto lugar.</em><br /><br />Toro-torazo, cornalón y astifino. Es decir, el toro proscrito, el que no ayuda, aquel al que es imposible hacerle el toreo porque el arte, el arte actual, es otra cosa. Pues bien, si esa otra cosa saca carta de ciudadanía y se transforma en la única opción, me reitero en lo que decía arriba. Este servidor de usted se dedica a leer, a escuchar música y a mirar fútbol, pero la “reventa legal” ya puede ir poniendo mi abono a la disposición de aquellos que estén en condiciones de apreciar un espectáculo que yo ya no comprendo.Opsenhttp://www.blogger.com/profile/08225355401900043078noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-1149606533733521174.post-7961783821511724542008-01-25T07:18:00.000-08:002008-01-25T07:34:37.094-08:00Miguel Machimbarrena, Betialai<p></p><br /><p>Miguel Machimbarrena, Betialai, hombre culto, decente, respetuoso de la verdad, implacable verdugo de la mentira, de la bajeza y de la deshonestidad. Resulta tan superfluo como poco original referirse así a una persona cuyos valores, éstos y muchos más, son ampliamente reconocidos por quienes lo conocen y hasta entre sus detractores. Esto es, aquellos detractores que todavía conservan una brizna de dignidad y mantienen sus objeciones en el terreno de lo objetivo. Los hay, sin embargo, que, ayunos de argumentos, y ante la desesperación de ver que sus peregrinas concepciones del toreo y su integridad, se enfrentan contra una barrera de hechos incontrovertibles que solamente pueden ser sorteados a través de la obstinación fanática de los que no ven lo que no quieren ver, se ven forzados a echar mano a otros recursos con los que, al parecer, se sienten más a gusto.<br /><br />A los que llevamos algunos años viendo toros se nos presenta con pertinaz regularidad un fenómeno que, normalmente, tomamos como un accidente más de nuestra afición. Se trata de aquel grupo de espectadores que han llegado a la plaza por las razones equivocadas, y cuyo afán de divertirse a toda costa hace que pasen por alto los principios elementales del espectáculo por el que han pagado. Antes que llegara esta “globalización” de la afición, propiciada por la informática, dichos accidentes se reducían a un mal rato en el tendido o a una sonrisa sarcástica ante una palmaria manifestación de audaz ignorancia.<br /><br />Ahora que todo el mundo participa en foros, bitácoras y hasta mantiene algunas para ensalzar sus insostenibles ponencias, el mal rato con el vecino en el tendido, muchas veces atenuado por la presencia de algún que otro aficionado que coincide con uno, o el cabreo por la concesión de orejas indefendibles, de toros indecorosos a toreros desvergonzados, han sido reemplazados por una lucha constante contra el oscurantismo, manifestado cada vez con menos pudor, y muchas veces en manada, por quienes quieren cambiar la tauromaquia por ese espectáculo ilógico y soez que padecemos con demasiada frecuencia en la actualidad.<br /><br />Ante esa avalancha de barbarie, los aficionados tenemos el lujo de contar con la existencia de gente como Miguel Machimbarrena, quien con toda la solidez de su estatura de aficionado y de hombre íntegro, planta cara a la estulticia con el encarnizamiento de quien se sabe luchando por lo que es de justicia y representando la voz, cada vez más atenuada, de los aficionados documentados. Una persona así es peligrosa para el detrito taurineante. Es alguien a quien no se puede vencer a través de la polémica. Es demasiado inteligente y sabe demasiado como para que se le pueda refutar.<br /><br />No quiere decir esto que sus enemigos tengan conciencia de que sus defensas del “medio toro” y del “medio torero” que haga juego, no tenga cabida en un debate sobre tauromaquia. Todo lo contrario. Su condición de ignaros integrales los hace atribuir las lógicas refutaciones de sus ponencias a una actitud intransigente, biliosa y destructiva. Los argumentos, que cualquier aficionado medianamente instruido reconoce a simple vista, no son tomados en consideración porque los obstinados desconocedores carecen de la base elemental para su comprensión.<br /><br />Debido a eso, teniendo en cuenta que, por la vía de proponer enormidades para impugnar ponencias enteramente razonables, y sobre las cuales los aficionados no transamos porque está en juego la subsistencia de la fiesta como la conocemos, no van a llegar demasiado lejos, echan mano a la siguiente fase de bajeza, compuesta por la difamación y el ataque personal. Da igual la desproporción de los falsedades, da igual que cada una de las calumnias pueda ser desmontada sin problema alguno a través de una mínima constatación de los hechos, lo importante es apartar el diálogo del terreno de la lógica y de la razón y trasladarlo al sumidero de la infamia y la ofensa tabernaria.<br /><br />Betialai está demasiado por encima de esa inmundicia como para siquiera molestarse en tomarla en cuenta. Tampoco debiera ser necesario que quienes lo conocemos y queremos nos tuviéramos que dar el trabajo de reaccionar ante lo que, a todas luces, no son más que golpes bajos de ignorantes resentidos, pero la globalización ha hecho que la palabra escrita pueda ser interpretada y malinterpretada de distintas maneras por lectores inocentes que desconozcan el trasfondo de los hechos. Si el papel aguantaba mucho, el monitor aguanta todavía más, y conviene, de vez en cuando, salir al paso de las infamias para que no se vaya acumulando la fetidez hasta que nos acostumbremos al aroma.<br /><br />Además, nunca está de más manifestar la solidaridad, el respeto y el cariño por un amigo entrañable. Un abrazo, Betialai.Opsenhttp://www.blogger.com/profile/08225355401900043078noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1149606533733521174.post-48280026113620520252007-12-03T13:09:00.001-08:002007-12-04T08:15:40.432-08:00La reaparición de Morante<p></p><br /><p>Siempre los toreros han cortado la temporada en algún punto de su carrera. Generalmente ocurría después de una cornada, y cuando volvían a actuar (todavía no le llamaban “reaparecer”) solían ser recibidos con una ovación de gala y ya está. Qué mejor homenaje para un torero que la gratitud de la gente por sus sacrificios y el reconocimiento a priori de sus méritos. Muchos cortaban la temporada y no iban a América, sino que pasaban el invierno haciendo campo y preparándose para las temporadas españolas. Digo aquellos que tenían contratos, cosa que no era necesariamente previsible ni siquiera para aquellos buenos profesionales que se hallaban en las zonas medias del escalafón.<br /><br />En esas épocas, no muy lejanas, la valía de los toreros se medía en el ruedo y se circunscribía exclusivamente a sus condiciones profesionales. A nadie le interesaba, en el mejor sentido de la palabra, la situación personal del actuante simplemente porque no tiene ni debe tener ninguna importancia. Por supuesto, si el diestro ha sufrido una desgracia familiar y el público lo llega a saber, se le recibirá con cariño y solidaridad, a pesar que ni el torero ni su entorno lo hayan publicitado. Seguramente la evaluación de su actuación tampoco era medida con raseros demasiado exigentes (generalmente no hacía falta) pero tampoco se le iba a regalar un trofeo ni mucho menos una campaña completa de corridas en plazas selectas.<br /><br />Ahora, con la llegada de los medios de comunicación, que se ocupan del tema de los toros pero ignoran enteramente la tauromaquia, y del marketing desaforado de los representantes, los regresos de los toreros se venden como si fueran la tan esperada panacea para la salvación de la cultura occidental, y para reforzar esa imagen que, mirada con un mínimo de rigor, no es ni esperada ni panacea, echan mano a todos los recursos paralelos para justificar por la vía de la propaganda lo que el torero no ha justificado en el ruedo.<br /><br />Debo confesar en este punto que no he seguido con la requerida atención la saga del retiro de Morante y sus cuitas sicológicas, pero los argumentos esgrimidos por algunos de sus documentados defensores me hace colegir que cortó la temporada, con bombo y platillo, por estar afectado por una depresión. Terrible cosa, ante la que manifestamos nuestra solidaridad más irrestricta para con el paciente, pero que no representa ningún factor de evaluación de la calidad ni de la importancia del torero en el ruedo. Volver a torear después de haber pasado por lo que se le atribuye a Morante es un mérito de superación personal pero, aunque suene despiadado, como aficionados no tiene por qué importarnos un bledo. Los contratos y los trofeos se ganan en el ruedo, no en los hospitales.<br /><br />Tampoco nos deja totalmente tranquilos el procedimiento de, en lugar de cortar la temporada como todo el mundo, “retirarse” y “reaparecer” con frecuencia. Me recuerda un poco a Lewis Carrol y sus “no-cumpleaños”. ¿Qué otro propósito puede perseguir una maniobra tan obvia como no sea llamar la atención a través de un tinglado publicitario? Porque, en honor a la verdad, como torero Morante se fue por la puerta de atrás y si se trataba de llamar la atención con sus méritos taurinos, su entorno no debe haber estado seguro de conseguirlo.<br /><br />Pero, por lo visto, los méritos taurinos constituyen un elemento secundario de la fiesta actual y en lo que hay que hacer hincapié es en las virtudes humanas, las miserias sicológicas y las personalidades aparatosas para reunir el marco de valores que puedan justificar una exitosa carrera. Y Morante las tiene a raudales.<br /><br />Olvidándonos de la actitud victimista respecto a sus dolencias mentales, de las cuales no tenemos motivo alguno para dudar ni derecho a criticar, al parecer las virtudes más señaladas del torero están en su actitud generosa y samaritana. Se ha echado a correr la especie de que llamó a Rafael de Paula para que fuera su apoderado exclusivamente con el propósito de ayudar al maestro gitano en momentos pecuniarios difíciles. Si realmente esa es la razón, Morante debiera colgar los trastos y no aparecerse nunca más en una plaza de toros ni en un despacho porque con esa capacidad de raciocinio no tiene futuro alguno.<br /><br />En realidad estamos más inclinados a pensar que, después de los petardos finales, tener un nombre emblemático en el callejón, representante del arte y la pureza que Morante reclama para sí, es un aporte publicitario inestimable para una carrera que no se sabía muy bien por dónde iba a marchar. Las interminables y, en algunos casos, grotescas sesiones fotográficas de ambos no daban la impresión de ser solamente un acto de solidaridad humana para proteger a Paula sino una hábil maniobra para juntar dos nombres que en la historia del toreo todavía están a alguna distancia.<br /><br />Aparte de la actitud samaritana respecto a su fallido apoderado, se nos quiere vender también una supuesta actitud de desinteresada generosidad ante los aficionados. Para ello se cita nada menos que su actuación en la Beneficencia de Madrid, cuyos honorarios cedió magnánimamente a una obra de beneficencia. No se escucha demasiado contradictorio para mí. No es la primera vez, ni será la última, que un torero ceda sus honorarios a una obra de beneficencia cuando torea una corrida de beneficencia. Lo contrario sería lo raro.<br /><br />Por otra parte, sin llegar al extremo de decir que Morante debía haber pagado por torear los seis toros en Madrid, lo cierto es que no había hecho mérito alguno para obtener una distinción de esa magnitud y cuando aparecieron los carteles la afición estaba perpleja. Y los resultados de la corrida casi le dan la razón. El compromiso era torear seis toros y toreó uno. Y si no hubiera sido porque se tropezó por falta de facultades y se pegó un cabezazo en el pitón del toro, no habría toreado ni uno. Salió envalentonado de la enfermería y no sé qué le habrán dicho pero se decidió a dar cuatro verónicas y a poner un buen par de banderillas. Con el costurón que llevaba en la frente la gente le iba a soportar todo y de hecho le dejó pasar una faena de muleta tan inocua como las otras cinco porque, por lo visto, actualmente los toreros se miden por el morbo y la mística.<br /><br />Y ahora, después de tantos antecedentes de buen carácter, generosidad y gusto para vestirse, los aficionados tenemos que prepararnos para la “reaparición” con una campaña de no más de 25 corridas en “plazas escogidas”, empezando por la México con El Pana. Ya veremos la clase de ganado que les echan. El que quiera ver un burdo montaje detrás de todo esto es libre de hacerlo pero eso no es lo más grave. En estos momentos hay decenas de toreros que pagan por torear, que se juegan la vida con lo que nadie quiere y que también son capaces de “meser” la verónica cuando el toro se lo permite. Esos no se retiran ni reaparecen, esos no eligen plazas ni ganaderías ni se pasean por Insurgentes vestidos de payaso para crear expectativas afrodisíacas. Esos son los toreros a los que la afición debe defender. Y denunciar a los impostores.Opsenhttp://www.blogger.com/profile/08225355401900043078noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-1149606533733521174.post-55122636589939909952007-11-20T02:36:00.000-08:002007-11-20T02:39:13.974-08:00Toristas y Toreristas<p></p><br /><p>Sin ningún rigor histórico y con la sola intención de ver si por este camino me aclaro algo yo mismo respecto al tema de la unidad de los aficionados, recuerdo las diferencias que se planteaban entre los aficionados “toristas” y “toreristas”, a los que se atribuían en general condicionantes geográficas que, a su vez, planteaban determinadas formas de sensibilidad que establecían la mayor o menor capacidad de sentir o entender el toreo. Semánticamente la lucha era tenaz, pero en el fondo todos hablaban de lo mismo. Cuando los toreros de “Despeñaperros para abajo” llegaban a Madrid o a Bilbao, eran recibidos con el respeto y la expectación que, de forma casi mágica, emanan de la personalidad de los artistas. Por supuesto que los tópicos volvían a surgir si las cosas andaban mal (“¡A Sevilla...!”) pero, cuando triunfaban, la afición salía toreando de la plaza envuelta en los efluvios del arte, sin mirar carnés ni pasaportes y habiendo dejado de lado todo localismo fútil.<br /><br />Cuando al sur llegaban sobrios y poderosos toreros castellanos, los aficionados andaluces, tan acostumbrados a ser emocionados por los raptos de la estética, se aprestaban a ver la otra cara de la fiesta con la misma avidez y el regusto de quien disfruta de la media belmontina en manos de un artista gitano. Pero no nos engañemos. La disparidad de opiniones y de forma de ver el toreo estaba allí y se manifestaba en los términos más drásticos incluso tratándose de diestros que venían de la misma provincia. Si bien lo que llegaba a ocurrir en el ruedo muchas veces desmentía esas vehemencias y ponía de acuerdo a todo el mundo, la teoría marcaba claras diferencias y cada cual hacía suya la doctrina con la intolerante pasión del fanático.<br /><br />Toristas y toreristas eran corrientes irreconciliables y no dejaban pasar la oportunidad para denostarse mutuamente. La historia, sin embargo, ha dejado constancia de una característica común que unía a ambos grupos otorgándoles sin reservas la condición de aficionados: el respeto por el toro de lidia. Fuera donde fuera que se desarrollara el festejo, fuera en el norte o en el sur, fuera en plazas de primera o de tercera, el factor irrenunciable era la presencia de un toro de lidia, con las condiciones de trapío y presentación que fuera consecuente con la categoría del festejo, pero siempre dentro del marco de la dignidad a la que obliga el estar ofreciendo un espectáculo a un público que paga.<br /><br />Nunca un aficionado torerista ha defendido el afeitado, ni un torista ha dado por buena la presentación de un toro regordío a última hora para colárselo a los veterinarios de Madrid. El trapío ha sido siempre uno sólo, más allá de lo que muestre la báscula y más allá de la categoría del lugar en el que se celebra la corrida. Nadie ha aceptado jamás que se otorgue una categoría al público sobre la base de la categoría de la plaza. No existe el público de tercera sino el público de primera en una plaza de tercera, al cual el empresario, los ganaderos y los toreros le deben el mismo respeto que al de cualquier otro sitio. Los aficionados, toristas y toreristas, se han encargado de recordárselo a los empresarios en todo momento y en todo lugar.<br /><br />Frente a ese núcleo de aficionados, respetuosos del concepto de que sin toro no hay corrida y que la defensa de la integridad es una empresa de supervivencia y no un capricho de integristas, siempre ha existido aquella masa de espectadores que, con más o menos conocimiento y con más o menos vehemencia, ha ido un poco a su aire y que siempre ha estado dispuesta a dejar caer algunos principios, que posiblemente hasta desconozcan, en aras del divertimento superficial. Las absolutamente respetables tradiciones de los diferentes pueblos dan ejemplos muy elocuentes de hasta dónde se puede torcer el sentido de la tauromaquia con el sano y plausible fin de dar cumplida celebración al Santo Patrón, beber y comer profusamente, y disfrutar de algo tan propio y entrañable como una corrida o una novillada. Criticar eso sería traicionar la raigambre cultural de quienes lo practican y no está ciertamente en la intención de nadie.<br /><br />Lo que ya es más preocupante es que aquellos entusiastas se trasladen en masa y con la misma mentalidad a plazas de cemento, en las que se anuncian bellos y bravos toros de prestigiosas ganaderías, donde los actuantes ganan ingentes sumas de dinero por comparecer, donde el empresario llena sus bolsillos con lo dejado en taquilla por la afición y donde, por ende, el nivel de tolerancia debe ser diferente. Ahí es donde los frentes solían quedar más claros y los aficionados, toristas o toreristas, cerraban filas para denunciar, combatir y, de ser posible, expulsar de las plazas a quienes, con la irresponsabilidad del desconocedor, intentaban cambiar las leyes elementales de una fiesta más que centenaria.<br /><br />Ahora, sin embargo, es la simple y añorada diferencia entre el gusto por toros o toreros, que no solamente dividía sino, en la práctica, unía a los auténticos aficionados, la que se ha ido difuminando hasta dejar irreconocibles los límites y se ha venido multiplicando por una cantidad de variantes en las que se confunden las preferencias artísticas con las personales, por arbitrarias que sean, hasta convertirlas en una carta blanca para el “todo vale”. Ahora un sedicente aficionado puede defenderlo todo, si responde a sus intereses profesionales, si en su decálogo de exigencias se ha saltado algunas de las reglas más básicas para que sus toreros estén por encima de las críticas de quienes quieren tozudamente respetarlo todo o, simplemente, si le toca la fibra romántica.<br /><br />A mí me cuesta demasiado entender ese tipo de fluctuaciones y creo que no me acostumbraré nunca. A mí que mejor me den la diferencia irreconciliable de toristas y toreristas, antes que la ambigua manifestación de afición que pasa por la exclusión de la integridad del toro o de la vergüenza torera de los actuantes, por mucho que nos llamemos a nosotros mismos “aficionados” y nos pleguemos a un Manifiesto por la defensa de una fiesta íntegra, auténtica y justa.Opsenhttp://www.blogger.com/profile/08225355401900043078noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-1149606533733521174.post-43726488475911386462007-11-12T00:43:00.001-08:002008-12-08T22:24:37.060-08:00Una tarde en los toros<p></p><br /><p>Todos los admiradores de mis tan citados Hermanos Marx, recordarán la memorable función de Il Trovatore en la película “Una Noche en la Ópera”, que se vio prolijamente devastada por el accionar de los anarquistas del humor absurdo, los que se encargaron de romper todos los patrones que hacen posible disfrutar la obra maestra de Verdi. Los comentarios, las interrupciones y las antojadizas interpretaciones del argumento, de suyo bastante abstruso, todo hay que decirlo, echaron por el suelo cualquier posibilidad de recreación o de enriquecimiento cultural para aquellos que asistían a la representación.<br /><br />Por cierto, todo se trataba de una parodia, llena de escenas de un exquisito humor que transformaron a la película en un clásico de la historia del cine. Nadie pretendió, ni podría en su sano juicio pensar, que lo que se estaba viendo era una cumplida retransmisión de un evento cultural, ni que los que la tenían a su cargo tenían alguna noción de lo que estaban interrumpiendo.<br /><br />Pese al riesgo de festinar un tema serio como el de la desinformación, no nos podemos sustraer al símil de las retransmisiones taurinas de la televisión. Ya se ha criticado por parte de muchos aficionados mejores que yo, la lacra que significa para la fiesta el hecho que los medios de comunicación de más convocatoria estén en manos de profesionales cuya misión fundamental parece ser la de justificar lo injustificable y alabar lo incomprensible. El caso de las televisiones es especialmente sangrante y uno se pregunta si lo más nefasto es la tendenciosidad con que se tergiversa la realidad, por parte de algunos, o la desaforada ignorancia con que otros pretenden sentar cátedra en un tema que obviamente no dominan.<br /><br />La decisión es tan difícil como bizantina. Ambos fenómenos son igual de peligrosos y no estoy seguro cuál de los dos es más dañino. Para comenzar, en ambos casos se parte del supuesto que el hecho de que participen matadores retirados como analistas les dará seriedad y conocimiento de causa a los comentarios. Profundo error. Más allá de lo buenos que hayan sido como toreros o de lo que sepan de tauromaquia, ponerlos a criticar a sus colegas es poner al zorro a cuidar las gallinas. Por una parte, se puede esperar que pretendan justificar sus propias deficiencias de su época en activo interpretando lo que ven como les hubiera gustado que el público hubiera interpretado sus petardos, en lugar de dedicarle las comprensibles críticas y, por otra, es perfectamente posible que, más allá de su categoría o trayectoria, el torero haga causa común con sus colegas en el ruedo por una cuestión de solidaridad profesional desvirtuando totalmente el mensaje.<br /><br />Se supone que los comentaristas están allí para otra cosa. Están para reconocer lo bueno y lo malo, explicarlo, educar al oyente y hacer afición. Y ahí nos encontramos con otro de los problemas más serios consistente en describir el término “hacer afición”. Antiguamente se trataba de informar lo más posible al público de modo que supiera a qué iba, qué podía exigir y qué rechazar, y de esa forma velar por una fiesta justa y atractiva. Ahora, se trata de llevar cada vez más gente a la plaza para llenar las faltriqueras de los empresarios, allá penas si tienen la menor idea de lo que van a ver, pero envalentonados por los medios para dar su opinión, especialmente si se trata de atacar a quienes van a los toros desde siempre, aprendieron de los que saben, tienen claro en qué consiste el espectáculo y se niegan a que les roben la cartera.<br /><br />Cualesquiera que sea el estilo más funesto en las retransmisiones taurinas, lo que no es de recibo es que el supino analfabetismo de algunos de los que las realizan, y no me refiero a los directores de cámara sino muy especialmente a los directores generales y comentaristas, dé una idea tan execrablemente deformada del sentido mismo de la tauromaquia.<br /><br />A nadie se le podría ocurrir que durante una retransmisión televisiva de una ópera desde el Teatro Real, al periodista que dirige el procedimiento se le ocurra aprovechar la obertura para dar información del resto de la programación de la temporada o para hacer porras con sus colaboradores sobre la cantidad de “dos de pecho” que se escucharán en la tarde. Tampoco sería concebible que los recitativos fueran considerados “tiempos muertos”, durante los cuales es mejor mostrar al público o a entrevistar a los cantantes que no están en ese momento en el escenario. Tampoco a ningún melómano teleespectador se le pasaría por la cabeza que uno de los varios colaboradores del programa se dedicara a entrevistar famosos entre el público durante la interpretación de un aria y, menos aún, que el encargado de los comentarios se permitiera errores garrafales reconocibles a simple vista por cualquiera que esté sentado frente a la pantalla, sepa o no de música. </p><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5131879768760417538" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhBUN7l5RZIEaaHTboXQGhxa03lyl1D4oxcDM3kMfuXxsvvtg9hpf9RBEs3udKw6mm2LqEfzX-oF916630QyKQIIElxvibNpo56x6SoPX1JrwTv-lOI1meck2POe6akXaKiwKYt1JBNa7w/s320/Noche+en+la+Opera.jpg" border="0" /><br /><p><br />¿Estamos exagerando? ¿Estamos describiendo otra escena de los Hermanos Marx o existe la posibilidad que ese tipo de absurdos se produzca en otros ramos de la cultura? Pues bien, que lo responda cualquiera que haya visto una retransmisión de toros por televisión en la que:<br /><br />se hagan porras sobre las orejas a cortar, la demostración de superficialidad triunfalista más palmaria,<br /><br />se considere “tiempo muerto” todo momento en que el matador no esté pegando mantazos, como si las reacciones del toro ante el capote de los subalternos o, simplemente, su deambular por el ruedo no tuviera incidencia para la evaluación de sus condiciones,<br /><br />los colaboradores de la emisión, ya sea un joven cuyas preguntas llevan indefectiblemente implícita una afirmación altamente valorativa de las virtudes de los actuantes (“¿No está Fulanito fenomenal?”) o algún otro periodista más veterano que en algún momento ha loado la profundidad del toreo a pies juntos, hayan interrumpido constantemente (a instancias del comentarista principal, bien es verdad) la continuidad del espectáculo moviéndose entre los tendidos para pedir opiniones de espectadores famosos, aunque su fama no tenga nada que ver con los ruedos, mientras la corrida sigue,<br /><br />el comentarista principal, avalado por su solvencia académica, insista en describir como negro zaino a un toro negro salpicao, bragado, meano, lucero y calcetero,<br /><br />el periodista opine que el principal problema de un toro inválido, con muestras ostensibles de cojera y cuya ausencia de casta le impide hacer esfuerzo alguno por embestir, es la “falta de transmisión”,<br /><br />el oráculo a cargo del programa afirme enfáticamente que un toro no pertenece a determinado encaste, digamos “Atanasio”, para después, cuando el ganadero haya sostenido que se trata de un Atanasio puro -como todo el mundo vio por otra parte- su comentario sea solamente “¡Qué listo!”, como si detrás de la aclaración que lo dejó en evidencia como un ignorante hubiera una doble intención que el resto de nosotros, pobres aprendices, no estamos en condiciones de detectar,<br /><br />que la misma persona que comete tantos errores tenga todavía la desfachatez de iniciar frases con “pues, mire usted, no...” como si no solamente tuviera repajolera idea de lo que está hablando sino que es una autoridad en el tema.<br /><br />Si alguien ha reconocido los síntomas en algunas de las retransmisiones que le han tocado padecer, comprenderá el grado de surrealismo en el que se debate parte de la prensa taurina actual y la situación de indefensión en que se encuentran los que se dejan influenciar por esa desvergüenza y aquellos que hacen lo posible por sacarlos de su error. Claro que la contienda es ardua. ¿Cómo va a tener uno razón, si lo otro lo han dicho en la tele? ¿Y cómo convencerlos de que la ópera también tiene otra lectura, si se han reído tanto con los Hermanos Marx?</p>Opsenhttp://www.blogger.com/profile/08225355401900043078noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1149606533733521174.post-13673858563770023412007-11-12T00:42:00.000-08:002008-12-08T22:24:37.194-08:00¿Cómo hemos llegado a esto?<p>El toreo ha pasado por múltiples etapas en su historia que lo han ido modificando, para bien y para mal, hasta dejarlo convertido en esto que tenemos ahora. Si bien es producto de una concatenación de elementos promovidos por los profesionales del toreo, mucho podría evitarse si aquellos que pagan su entrada y los que tienen la obligación profesional de denunciar irregularidades hicieran un frente común para rechazar lo que les pretenden vender como legítimo.<br /><br />Después de la muerte de Alfonso Navalón, un enemigo le dedicó una necrología, redactada a insultos, que llevaba por título “¿Para qué tantos años de crítica regeneracionista e integrista?” Resistiremos la tentación de comentar siquiera el título, aunque los términos “regeneracionista” e “integrista” dan para mucho, y nos concentraremos solamente en la pregunta y las razones esgrimidas por el autor para hacerla.<br /><br />El injurioso artículo hace referencia a la actividad periodística desarrollada durante años por Joaquín Vidal, Alfonso Navalón y Vicente Zabala, aprovechando la circunstancia de que los tres ya estaban muertos en el momento en que lo escribió, preguntándose si había tenido algún efecto en la fiesta. Para rebatir en detalle tendría que pasar por releer el artículo y sinceramente el cuerpo no da para tanto, pero en líneas generales la única conclusión lógica tiene que ser que, sin la prensa incorruptible e informada que el crítico pretende desacreditar, la corrida se ha transformado en lo que vemos actualmente. Una suerte de varas en extinción, toros claudicantes, toreros sin recursos, aburrimiento y rabia.<br /><br />Decíamos que no nos detendríamos en el concepto de toreo que se le atribuía a los críticos aludidos, contando al Zabala de su primera época, para evitar tener que comentar los desprestigiados tópicos del “toro de Madrid: grande, ande o no ande” o del presunto elogio de “la lidia utópica estilo tentadero” que supuestamente se exigía (la que supongo que se referirá a las veces que va la res al caballo, porque no me imagino un tentadero con toreros macheteando por bajo a vaquillas mansas pregonadas. Posiblemente se haya confundido “tentadero” con “capea”) pero habría que recordar que, mientras la prensa ejercía su función fiscalizadora de la dignidad de la fiesta, los toros iban tres veces al caballo, la manipulación de las astas, especialmente en plazas de primera era denunciada y rechazada tanto por la prensa como por el público, y los intentos de engaño de parte de los toreros eran descubiertos a tiempo por un sector de público informado que todavía no era el rehén de una turbamulta, tan indocumentada como deliberante, dispuesta a defender con violencia su derecho a ver una fiesta adulterada.<br /><br />Si eso le tenemos que agradecer a la crítica “regeneracionista” e “integrista”, ya han cumplido con su apostolado y se han ganado un lugar en el corazón de los aficionados.<br /><br />Desde entonces las cosas han ido cuesta abajo y convendría analizar por qué. El público que va a los toros tiene que adquirir los conocimientos de algún sitio, a pesar que la tauromaquia parece ser el único arte en el que la sabiduría llega como por arte de magia no bien deposita uno el trasero en el tendido. Antes a Joaquín Vidal lo leía todo el mundo, profesionales y aficionados, taurinos y antitaurinos. Unos para aprender, otros para denostarlo y otros simplemente para disfrutar de la “excelente literatura” que describió el tan erudito como vitriólico antitaurino Manuel Vicent en su artículo publicado después de la muerte de Vidal. </p><p> </p><p><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5131878896882056434" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhQIScBxkk1yaz231N_SB4DtiF2TiG7LXweOdR209PQpdWmdmWCeM-YAizYcVJu0BjoUF58mZ-DntD-J5mizmxBeeMrJjqsQ5Pdq-h7_3H3UnvrORhEh1UGinsMMWhJkfM28xRAUO_iU3Y/s320/Vidal-Naval%C3%B3n.jpg" border="0" /><br />Ahora, los medios que dan cabida a las corridas de toros están en su gran mayoría en manos de periodistas que se han adecuado a los tiempos por una razón u otra, pero sería desproporcionado atribuir a la prensa escrita (cada vez más escasa en el tema de toros), a las revistas financiadas por los propios toreros, ganaderos y empresarios (cada vez más desprestigiadas) o a los portales, ya no financiados sino propiedad de ganaderos, la responsabilidad por la desinformación del público. No parece que su convocatoria sea tan grande como para tener tal grado de influencia. Tampoco la bienvenida contrapartida actual que componen algunos programas de radio, con buenos aficionados a cargo de programas taurinos, parece cambiar demasiado el panorama para bien, especialmente porque se emiten a altas horas de la madrugada por lo que ni siquiera auténticos aficionados están muchas veces en condiciones de seguirlos sin tener que ajustar su reloj biológico.<br /><br />Queda, pues, el gran medio de masas, la televisión; las imágenes comentadas por expertos –que tendrán que serlo, o no estarían en la tele, supondrá uno- que saquen de su ignorancia a quienes no tienen sino un concepto general y ambiguo de la tauromaquia y están ávidos de devorar los conocimientos de la cátedra. Y aquí nos topamos con el temido carcinoma.<br /><br />El hecho que uno se sorprenda a veces echando en falta a Gordillo, a Carabias o al mismísimo Matías Prats, da una idea de la situación en que nos encontramos. Tanto los programas como las retransmisiones televisivas actuales, provengan de donde provengan, están presididas por indisimuladas campañas de adulación o delirantes manifestaciones de ignorancia. Y, obviamente, lo que los menos enterados escuchan como comentario a algo que desconocen, queda como artículo de fe para ser defendido en el tendido cuando el vecino está haciendo oír palmas de tango.<br /><br />Es mucho lo que se puede y se debe decir sobre esa abierta campaña de desinformación llevada a cabo por las televisiones, por lo que un intento de análisis rebasa los límites de este comentario, pero ya tomaremos un ejemplo para ilustrar el escándalo en el que nos vemos envueltos y que nos puede llevar a tener que despedirnos de todavía más de lo que nos han quitado de nuestra pobre fiesta. Mientras tanto, sigámonos aferrando a los recursos a disposición de los aficionados, como esta página en la que me hacen el honor de publicar mis comentarios, haciendo votos para que no sean realmente el último bastión de la lucha contra el fraude sin el comienzo de una reivindicación de la verdad en los medios taurinos.</p>Opsenhttp://www.blogger.com/profile/08225355401900043078noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1149606533733521174.post-28427929843935898422007-11-12T00:41:00.000-08:002007-11-12T00:42:18.857-08:00Alberos, Clarines y esperanzas<p></p><p><br />Las páginas de los aficionados en Internet han significado un aporte fundamental para contrarrestar los embates del taurinismo profesional y sus plumarios. Escuchar las voces no comprometidas significó una ráfaga de aire fresco ante los machacones intentos del periodismo oficialista por vender una fiesta adulterada que les permita mayores ingresos con menores riesgos. Son muchos los foros y blogs referenciales que surgieron y que daban una visión de aficionado ante los abusos. Por cierto que muchos ya han sido calificados de negativos o de intransigentes, pero la sufrida afición ya está acostumbrada a esas confusiones tendenciosas de causa y efecto y lo ha tomado con filosofía.<br /><br />Si bien esa constelación ha sido bienvenida y beneficiosa, constituía hasta hace poco sólo un triunfo parcial ante los poderes establecidos; una suerte de oposición extraparlamentaria. Los poderosos seguían ocupando los medios de comunicación más importantes y la réplica de la afición tenía para ellos solamente las características bullangueras de unas palmas de tango.<br /><br />Además, los medios no escritos no habían gozado hasta ahora de esa alternativa. Los pocos periodistas radiales serios, auténticos aficionados y conocedores, han desarrollado su meritísima tarea contra corriente, sufriendo las amenazas y las extorsiones de los dueños del negocio, y que haya habido quienes no han sucumbido a las presiones es digno de mencionarse. Sin embargo se trata de los menos y su tarea no ha sido todo lo divulgada que debiera porque a los poderosos no les interesa.<br /><br />El nombramiento de Rafael Cabrera Bonet para hacerse cargo del programa taurino de la COPE, borró de un plumazo la tradición de la sumisión a los poderes fácticos en la elección de los comentaristas. El Albero se ha convertido en un referente de aficionados, sin perder la apertura a todas las opiniones, sin transformarse en un refugio del “integrismo”, como suele llamar el taurinismo a la comprensible aspiración de los aficionados de que no le roben la cartera, pero sin claudicar tampoco de los principios básicos sobre los que se sostiene la tauromaquia.<br /><br />La diversidad es auténticamente refrescante. Después de un crítico editorial de Rafael Cabrera, en el que denuncia lo que haya que denunciar, es perfectamente posible escuchar la entrevista a un ganadero estrella o a una figura del toreo, sin acritud, sin pretender polémicas fáciles, solamente con un ánimo informativo. Así es el toreo, abierto a todas las opiniones y tendencias, pero dentro de los parámetros básicos aceptables. Y para eso está El Albero actual, para decirnos cuáles son.<br /><br />A este esperanzador panorama se suma la designación del doctor Adolfo Rodríguez Montesinos, veterinario, periodista, escritor, ganadero y, antes que nada, aficionado, como el director del programa taurino “Clarín” de Radio Nacional de España. Tenemos que esperar a ver su gestión, porque esto de meterse a profetas es muy peligroso, pero los aprontes son altamente optimistas. Con su presencia se constituye un eje importantísimo de la información taurina, ahora que hace tanta falta.<br /><br />Lo único que debiera mejorarse son los horarios. Es realmente absurdo que el único programa de radio de una cadena dedicado a un espectáculo popular, como es el caso de El Albero, sea emitido a las tantas de la madrugada, aunque sea posible escucharlo en diferido por Internet. Esto responde, mucho nos tememos, a una tendencia por esconder la cabeza como los avestruces ante la evidencia de la existencia de una audiencia de toros, interesada por informarse y aprender.<br /><br />“Clarín”, emitido a las once de la noche, es coherente pero no sabemos cuánto permanecerá en ese horario. Recordemos que salía al aire a una hora perfectamente lógica mientras lo tenían en sus manos quienes mantenían las mejores relaciones con el orden establecido. Ahora que seguramente lo que se oiga no sea del agrado de muchos defensores del ocaso de la fiesta, veremos cómo se reacciona.<br /><br />Pero no es el momento del derrotismo sino de la esperanza. Bienvenidos los aficionados a los medios de comunicación y esperemos que su labor aporte tanto como ellos desean a la reivindicación de nuestra fiesta.Opsenhttp://www.blogger.com/profile/08225355401900043078noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1149606533733521174.post-68104475380605512872007-11-12T00:39:00.001-08:002007-11-12T00:41:17.188-08:00Vamos a serenarnos<p></p><p><br />El regreso de José Tomás estuvo muy mal planteado desde un comienzo, al punto de estar consiguiendo actualmente dividir a la afición. En primer lugar se pretendió dar la idea de que la reaparición del torero tenía el propósito de insuflar nueva vida a una fiesta desfalleciente, ya sea en Barcelona o en general, y bajo esos parámetros se intentó convencer a la gente que recuperar la tauromaquia es llenar las plazas y despertar pasiones.<br /><br />Para ello se incurrió en un show mediático sustentado en apoyos de personalidades que poco o nada tienen que ver con el mundo del toreo pero que consideraron políticamente correcto poner su nombre para apoyar la iniciativa y, además, a los que no les vino mal subirse a un carro publicitario masivo y gratuito para ayudar a levantar la propia imagen. A algunos les salió la jugada distinta de lo que habían esperado pero la retórica da para mucho y después de cualquier explicación, coherente o no, los estadios se seguirán llenando y los CDs se seguirán vendiendo.<br /><br />Paradójicamente, sin embargo, llenar las plazas y despertar pasiones no es suficiente para rescatar la fiesta. Las plazas se llenaron suficientemente en los años sesenta y las aficiones llegaron al paroxismo por toreros mediáticos, y si no hubiera sido por la actuación de cierta prensa incorruptible y por una afición sólida e informada, el fenómeno de toreros como El Cordobés habría acabado con la tauromaquia como la conocemos y habría dejado en su lugar el sucedáneo indigno que practicaba.<br /><br />El problema de la tauromaquia actual no es económico, ni adolece el público en los tendidos de falta de entusiasmo ni de falta de ganas de opinar, sepa o no de lo que está hablando. El problema actual es conseguir recuperar una fiesta íntegra, justa y auténtica, como reza en los principios del Manifiesto de los aficionados, y la vuelta de José Tomás no ha conseguido dar un paso en ese sentido.<br /><br />Como si esto fuera poco, el fenómeno ha chocado con la intransigencia de todas las partes. Por un lado están los seguidores del torero, que se aficionaron a él, y con justa razón, cuando recién llegó a los ruedos haciendo algo enteramente distinto a lo que nos está ofreciendo ahora, pero sin haber perdido el aura que parece ser el punto más importante de convocatoria entre sus partidarios.<br /><br />Las acusaciones surgidas de diferentes sectores de la afición en relación con lo poco –o quizás demasiado- selectivo de las corridas que torea, la falta de seriedad de los toros lidiados y de algunas de las plazas en que actúa, especialmente si esa seriedad se ve influenciada por la legión itinerante de idólatras que acompaña al diestro, y la ausencia de recursos que ha demostrado a su regreso, han sido recibidas por los entusiastas partidarios como un verdadero sacrilegio, como la ruptura del Dogma, como el agravio de la Doctrina.<br /><br />Los detractores circunstanciales del torero han sido objeto de desprecio por su incapacidad de ver lo que no se ve con los ojos de la objetividad, o bien han sido blanco de los más violentos ataques por querer quitarle divinidad a lo que, hasta hace poco, no era más que un espectáculo terreno.<br /><br />Los vídeos publicados en Youtube respecto a José Tomás, que podrán ser criticados porque, al igual que el arte mismo, todo se puede ver desde distintos puntos de vista, han despertado reacciones comparables con las de las caricaturas de Mahoma. La sola mención a las deficiencias del ídolo es tomada como la culpable desviación de un herético y se acusa a quienes plantean sus disensiones de ser los causantes del conflicto cuando, en realidad, la raíz del problema está en las actuaciones de José Tomás y la forma en que se ha montado su retorno.<br /><br />Ante esa intransigencia se plantea la de los aficionados críticos; aquella imprescindible incapacidad de transar cuando se trata de la integridad del toro de lidia y la vergüenza torera de los actuantes; esa tozudez que ha conseguido que, por lo menos en Madrid, el espectáculo no haya tocado fondo y que la ha llevado a plantar cara, desde su situación heroica y minoritaria, a cuanto ataque le ha sido dirigido por quienes quieren otra fiesta. Esa intransigencia, a la que yo me apunto sin paliativos, que ha llevado a reducir el círculo desde hace ya décadas hasta llegar a la condición del autobús actual.<br /><br />Ahora los frentes están definidos y yo creo que corresponde serenarnos y tratar de mirar la situación con una cierta distancia y, sin perder la bienvenida pasión que es consustancial a la afición, tener la suficiente frialdad para reconocerla y guiarla con nuestro intelecto, de modo que no nos lleve, por encandilamientos fugaces, a claudicar de los principios que se defendieron siempre. Es de esperar que lo que comenzó como una posible esperanza para todos los que, a estas alturas, nos agarramos al primer clavo ardiente que encontremos, no conduzca a una nueva escisión y cualquier aporte bienintencionado al diálogo, a la información y a la educación taurina, debe ser bienvenido.Opsenhttp://www.blogger.com/profile/08225355401900043078noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1149606533733521174.post-2510838956213335942007-11-12T00:25:00.002-08:002007-11-15T09:47:28.970-08:00Sopa de Ganso<p align="right"><em>"¿A quién va usted a creer, a mí o a sus propios ojos?"<br />CHICO MARX<br />Diálogo de la película “Sopa de Ganso”</em></p><br /><br />Barriendo un poco para dentro y movido por la amistad que me une con el dueño y administrador de este portal, Juan Antonio Hernández, me permito comenzar manifestando mi reconocimiento y admiración por su labor de esclarecimiento en una época en que la información y la educación en el campo de la tauromaquia han sido reemplazadas por las manifestaciones de fervor simplista, sin fundamento teórico ni base histórica. Es la cultura de las orejas y de los indultos. Es el “divertirse” a toda costa con un espectáculo que, si no se entienden sus rudimentos, pues se inventan y todo el mundo contento. Y aquellos que efectivamente aprendieron en qué consistía el arte de torear antes de entrar a la plaza de toros y mucho antes de abrir la boca en un tendido, son tomados por los aguafiestas pesados que no quieren que los toreros triunfen ni que la gente lo pase bien.<br /><br />El fenómeno no es nuevo pero en nuestros días ha tomado visos preocupantes por razones estadísticas. Antiguamente, y no digo hace siglos sino hace algunos años, la plaza se dividía en los aficionados, siempre minoritarios pero con una presencia tangible, y el resto del público. Éstos podían ser espectadores de aluvión, japoneses o abonados de toda la vida que todavía no entendían en qué consistía el espectáculo porque no tenían más interés en él que pasarse las dos horas mirando la corrida, conversando con el vecino o pidiendo orejas según fuera el caso, pero que no constituían un fenómeno especialmente agresivo y que podían incluso llegar a ser lo suficientemente maleables como para cerrar filas con los entendidos.<br /><br />Entre este grupo, sin embargo, tampoco faltaban quienes, sin haber leído una sola línea sobre toreo, sin haber hablado ni un minuto con alguien que sepa y sin preocuparse del obvio inconveniente que significa pretender opinar sobre algo de lo que no se tiene ninguna información, no tenían problema en expresar sus opiniones y manifestarse como cualquier aficionado veterano. Incluso hasta el punto de contradecir a los aficionados expertos y pretender echarlos de la plaza.<br /><br />Si bien la situación era incómoda, especialmente por lo absurda, la correlación de fuerzas todavía era relativamente equilibrada. Y si bien la presencia de ignorantes opinantes podía llegar a provocar situaciones ilógicas incluso en la primera plaza del mundo, el destino de la tauromaquia todavía no peligraba. Un ejemplo de dicha realidad se puede extraer de una estupenda crítica de Joaquín Vidal de la actuación del torero mexicano Mariano Ramos en la Feria de San Isidro de 1993:<br /><br /><em>Mariano Ramos cuadró al toro agresor, parte del público le abroncó por eso y hubo de dar unos derechazos. Hay quienes asientan sus posaderas por primera vez en una plaza de toros y, porque pagan -o de eso presumen - ya se creen con derecho a trastocar la fiesta, incluidas su técnica, sus valores y sus tradiciones, que le vienen de siglos. "Hemos pagado y tenemos derecho a ver la faena", se oyó comentar en el tendido. Nunca un torero habría tenido el mal gusto -y peor gesto- de intentar lucirse con un toro que acababa de herir a un compañero, y al escuchar las protestas cuando iba a montar la espada, a Mariano Ramos se le vio en la cara la expresión de la perplejidad.<br /></em><br />Lo que ocurre en la actualidad es más complicado. Los aficionados son cada vez menos y su presencia en las plazas es cada vez más contestada, incluso con el uso de la fuerza por parte de círculos allegados a los toreros. Por otro lado, y esto es lo más grave, se está produciendo una suerte de obnubilación en algunos sectores de aficionados tradicionalmente competentes que los hace ver las cosas con las gafas rosáceas del apasionamiento.<br /><br />Una de las labores más señaladas llevadas a cabo por Juan Antonio, de entre las muchas que debemos agradecerle en defensa de la fiesta, está la publicación de fotografías de las corridas a las que ha asistido; documentos descarnados y veraces de una realidad que no se encuentra en los medios que viven de los que debieran juzgar y criticar. En su gran mayoría los aficionados han recibido con entusiasmo y gratitud los esfuerzos por denunciar determinadas prácticas y quitarle la mística a quienes las ejercen, pero hubo algunos que no estuvieron dispuestos a abrir los ojos a una realidad adversa y calificaron de manipulación lo que no era sino un muestrario de hechos concretos. Hubo hasta algunos temerarios que hablaron de “mentiras”.<br /><br />Se podrá argumentar que las fotos fijas no revelan las verdaderas características de un espectáculo lineal y de movimientos como el toreo, pero ese nunca fue el propósito. Se trataba solamente de graficar lo planteado en la crónica con el ejemplo de una foto fija. Ahora, como si faltara algo, han aparecido vídeos en internet, cuya autoría me consta que no es de Juan Antonio, en los que se muestra lo mismo pero en movimiento. Cualquiera podría decir que con eso los escépticos tendrían que haber reconocido que tal vez su torero es capaz de equivocarse, por muy santificado que lo tengan, pero no. Ahora la manipulación está en la elección de las faenas.<br /><br />Un vídeo, por ejemplo, que revela las trampas de José Tomás fue tomado de la grabación hecha y publicada en Youtube por un aficionado partidario del torero. Ambos pueden verse en el mismo lugar para comparar. Lo que pasa es que uno va acompañado de música alusiva y loas escritas, a las que se suman las de los comentaristas, y el otro se detiene en la demistificación del místico con argumentos irrebatibles por lo evidentes.<br /><br />Pero, por lo visto, no hay forma. Hay que regresar a “Sopa de Ganso”, cuando la inigualable Margaret Dumond increpaba a Chico Marx determinada actuación que él negaba, diciéndole que lo había visto hacerlo con sus propios ojos, a lo que el genial pianista con acento italiano de los Hermanos Marx respondía con la inmortal frase: "¿A quién va usted a creer, a mí o a sus propios ojos?"Opsenhttp://www.blogger.com/profile/08225355401900043078noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1149606533733521174.post-59831585355601805972007-11-12T00:25:00.001-08:002007-11-12T00:28:27.406-08:00A por eeelloooos, ooooeee<p> </p><p><br />Durante la pasada Feria de San Isidro de Madrid, un comentarista de televisión tuvo la poco afortunada idea de atribuir a los aficionados una suerte de animosidad recalcitrante contra las figuras del toreo o, en su defecto, contra los toreros famosos. Acompañó su folclórica reseña, colorido como es él, con uno de los tradicionales cánticos de los estadios de fútbol que da título a este comentario. Ya hablaremos de este señor en el futuro pero a mí se me ha quedado el estribillo dando vuelta en la cabeza porque en el último tiempo he tenido la inquietante sensación de que es a los aficionados a los que nos están dando por todos lados. Creo que no ha llegado a un nivel de fijación paranoica, y antes de que llegue a eso me gustaría analizar un poco la situación a la que me refiero.<br /><br />Los enemigos tradicionales de los aficionados son los antitaurinos y los taurinos. Lo de los antitaurinos está claro, pero por si pudiera parecer una contradicción para lectores menos entrenados, convendría precisar que la acepción “taurino” se refiere en este caso a aquellos que viven de la tauromaquia y a quienes desagrada que un grupo de gente que no hace otra cosa que pagar religiosamente su entrada y amar la fiesta se dedique a chafarles el negocio con majaderías como el respeto por el Reglamento, la exigencia del toro íntegro o la vergüenza, valor, técnica y arte de los actuantes.<br /><br />Como la fiesta de toros es un negocio, la intención primordial de quienes lo llevan es la de ganar dinero y atraer clientela. Eso es normal. Esto hace que los empresarios se preocupen de que aquellos a quienes contratan tengan tirón publicitario para llenar las plazas, y que toreros y apoderados hagan lo posible porque las plazas se llenen cada vez más de público afín, cuya única intención sea divertirse y que no ponga peros a los intentos de los matadores de tener la tarde lo más apacible que puedan, haciendo lo que saben, y triunfar sin que haya un toro en el ruedo que les pueda poner en dificultades.<br /><br />Como no cuesta nada encontrar gente dispuesta a participar en ese tipo de simulacro, sea consciente o inconscientemente, no es de extrañar que la campaña para la eliminación de esa minoría que todavía cree en el espectáculo del arte y del valor esté cada vez más vigente y tenga muchos representantes que van desde los directamente interesados a los ignorantes integrales que están sometidos a un engaño que no pueden detectar pero que igual aplauden a los que lo perpetran e insultan a los que lo denuncian. Como colofón a dicha campaña está la prensa del movimiento, dispuesta a hacerle el juego a los falsificadores, entre otros con el cantito aquel de los estadios, por poner un ejemplo.<br /><br />Ya con eso los aficionados tenemos bastante con qué entretenernos pero, como si esto fuera poco, ha surgido recientemente una nueva corriente, igualmente descontenta con las voces críticas, que se ha dedicado, tal vez sin querer o sin darse cuenta, a reivindicar el toreo comercial y su ausencia de valores, simplemente porque su torero está militando actualmente en esas huestes. Curioso fenómeno el de un artista al que se ha glorificado y al que se sigue admirando después de haber claudicado de todas las virtudes por las cuales nos emocionó, pero a veces ocurren estas cosas cuando la veneración sobrepasa las fronteras del raciocinio.<br /><br />Resulta sorprendente, por ejemplo, que excelentes aficionados, y digo verdaderos aficionados, no esa trouppe de jaleadores que acompaña a José Tomás por toda España y no tiene puñetera idea de toros, aunque haga público su desconocimiento con exquisito estilo, nos reproche que acusemos de falta de recursos a su torero porque pasa por los aires, pretendiendo recordarnos que los aficionados abogamos por la presencia de “héroes” en el ruedo. No es así, ni nunca ha sido así. Han sido los taurinos que, para justificar ganado indecoroso e inofensivo, tullido y afeitado, encaran a los aficionados preguntándonos si queremos que lo mate el toro, cuando lo que queremos es simplemente que tenga un enemigo delante, porque en eso consiste la fiesta. No es un héroe el que necesitamos sino un torero.<br /><br />Valga la aclaración que, de todos modos, para mí todos los toreros son héroes y mi respeto va hacia ellos desde el momento que hacen el paseíllo, porque yo no estaría en condiciones de pararme delante de un animal con cuernos. Pero claro, me ocurre lo mismo con los extraterrestres. Para mí todo lo que veo en el cielo son ovnis porque mis conocimientos de aeronáutica son auténticamente nulos y cualquier vehículo volante ordinario puedo tranquilamente confundirlo con la nave de visitantes de Marte. Pero un ingeniero aeronáutico no tiene ese problema así como un torero tampoco lo tiene (o lo debiera tener) para enfrentarse a un toro, sin ser un héroe sino solamente un profesional.<br /><br />Son muchas las variantes tendentes, de una manera o de otra, a echar a los aficionados de las plazas. Entre otras, está la de reprocharnos el ir a plazas de segunda y de tercera a sabiendas que veremos un espectáculo que no aprobamos. Pues bien, en primer lugar, para ver a José Tomás, sea uno aficionado o no, hay que ir a plazas de segunda o de tercera porque el diestro no se aparece por otras. Por favor, no mencionar Barcelona porque estamos hablando en serio. Además, las exigencias de los aficionados son coherentes con las posibilidades y las expectativas. La afición de Madrid, por poner un caso, jamás pitará a un novillero o a un torero que torea dos corridas al año con la vehemencia con que reprocha a una figura su falta de profesionalidad. No porque odie a las figuras sino porque se les exige más, por experiencia y, por qué no decirlo, por honorarios. Antes los toreros decían, como motivo de orgullo, que en Madrid se les exigía. Ahora se quejan de eso.<br /><br />Si un aficionado de Madrid o de San Sebastián va a una plaza de tercera, sabe que las exigencias de trapío son distintas a las que acostumbra a ver y se prepara para presenciar el espectáculo en esa versión. Exactamente igual que los aficionados que viven en la ciudad donde la plaza es de tercera, que no lo son menos por ser abonados a una feria de cinco corridas, entre otras cosas porque pagan una fortuna (más que en Madrid) y los carteles están compuestos por toreros que llegan cobrando una millonada y que encabezan el escalafón. Si sobre la base de esas expectativas, el ganado que salta al ruedo es indigno, ahí ha llegado el momento y la obligación de protestar, como lo hacen también los aficionados del lugar, que los hay y muy buenos.<br /><br />Precisamente, hace pocos días en Calahorra, una banda de mamporreros de Rivera Ordóñez agredió a un grupo de aficionados locales que protestaba por las condiciones del ganado y por la actuación del torero. No eran aficionados de Madrid, eran de Calahorra, pero exigían exactamente lo mismo, primero porque están en su derecho y además porque saben qué es lo que se debe exigir. Y estoy seguro que cuando pase José Tomás por Calahorra, no valdrán revolcones, ni palizones, ni trances místicos porque protestarán que toree ganado indecoroso igual que sucede en Madrid.<br /><br />Conminar a esos aficionados para que no vayan a los toros cuando sepan que no va a salir lo que esperan es claudicar definitivamente, porque tal como ocurre en Calahorra también puede ocurrir en Madrid. Pero no preocuparse. Por mucho que se unan involuntariamente los sectores más disímiles para acallar la protesta, la afición no le dejará el campo a los estafadores, ni aunque los intenten echar a hostias, ni aunque les recomienden que dejen sus exigencias para otra oportunidad en que en el ruedo no se esté produciendo un éxtasis esotérico con voltereta incluida.<br /><br />El hecho que se estén produciendo algunas coincidencias algo inquietantes entre el discurso de los taurinos y el de los aficionados místicos, como la de acusar a los aficionados terráqueos de ser seguidores ciegos de Navalón, (quien cometió el sacrilegio una vez de asegurar que José Tomás no sabía torear), con lo que nos desconocen la facultad de discernir por nosotros mismos y nos relegan a la posición del loro repetidor de máximas, hace que la pregunta de cuántos somos se vuelva a plantear de forma cada vez más acuciante, y hace falta mucho amor por la fiesta para seguir en la pelea, que no debiera serla porque se trata de una afición, intentando salvar lo poco que nos queda.Opsenhttp://www.blogger.com/profile/08225355401900043078noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1149606533733521174.post-27582428008222904622007-11-12T00:23:00.000-08:002007-11-12T00:28:07.513-08:00De revolucionarios y revulsivos<p> </p><p><br />Sin intentar embarcarnos en una reseña histórica, ni siquiera somera, de una especialidad de tantas facetas y de tan difícil interpretación como el toreo, se podría afirmar que algunas de las variaciones cíclicas de la tauromaquia han estado marcadas por la llegada de revolucionarios que, ya sea modificando o adaptando antiguas técnicas, han hecho que la afición se fije, se asombre, se indigne, se polarice o por lo menos se disponga a disfrutar o sufrir, según sea el caso, la llegada de una nueva exégesis del arte del toreo. El ejemplo más a mano y más significativo de tauromaquia clásica, como hoy la conocemos, es la llegada, a quedarse quieto y a cambiar la dirección del viaje del toro, de Juan Belmonte. Los hay ilustrísimos anteriores pero ya hemos dicho que no se trata de hacer un análisis histórico sino un recuento superficial de algunas de las etapas que nos ha tocado vivir en las últimas décadas.<br /><br />De ahí en adelante, aquellos considerados como revolucionarios fueron dejando legados cada vez más dudosos y ofreciendo explicaciones cada vez menos concluyentes de sus cualidades, pero su aporte contribuyó a llamar la atención de la fiesta en momentos de decaimiento o de crisis, aun cuando lo que dejaban en el ruedo poco tenía que ver con los cánones imprescindibles. Una revolución no solamente debe ser un quiebre de valores obsoletos sino una reconstrucción y un renacimiento basado en el respeto a la tradición. A pesar de todas las manifiestas carencias, los revolucionarios despertaron pasiones que incluso trascendían más allá de la propia afición y devenían en una verdadera fascinación. Nada que objetar. La fiesta de toros es un espectáculo de pasiones y mientras estas subsistan no debemos preocuparnos por su ocaso inmediato, en lo que se refiere a su mera permanencia.<br /><br />La aparición de revolucionaros devolvió el público a las plazas y eso también es bueno. Es importante despertar la atención y luego ver cómo se canaliza, aunque para esto se necesitan condiciones que en los tiempos de los que hablamos existían más que en los actuales, ya que estaban marcados por los contrastes y las contrapartidas. Si bien Manolete trajo el toreo vertical y perpendicular, el afeitado descarado, el fraude del alivio que iba desde la selección de ganado menos ofensivo al uso fraudulento del estoque de mentiras, todas esas circunstancias todavía tenían un contrapeso en ganaderías no claudicantes, a pesar de su escasez de trapío, y en toreros capaces de enfrentarse a ellas.<br /><br />El siguiente representante de un califato cada vez más devaluado hasta el punto de carecer ya de significación, llenó los cosos, llevando la deshonestidad por bandera (no lo digo en el terreno personal sino exclusivamente en el taurino), toreando becerros afeitados y apelando a todas las bajas pasiones para conseguir trofeos, entre ellas la de “dejarse matar”, lo que, como demostró Islero décadas antes, es posible hasta con un toro afeitado dos veces. Sin duda que requiere valor el salir al ruedo sin tener idea lo que va a ocurrir pero con el firme propósito de triunfar y dispuesto a inmolarse, en este caso por no tener otra opción mejor, aunque sea ante toros de menor fuste que los lidiados por otros compañeros de escalafón con más técnica pero con menos prensa y menos pasiones de masas.<br /><br />Pero frente a la tauromaquia de la verticalidad, de la suerte descargada, del toreo hacia fuera y del abuso indiscriminado de animalillos indecorosos, había otra, no en el mismo cartel, claro está, que ofrecía los principios tradicionales del arte, y también tenía su público. Además, los tiempos contaban con críticos como Navalón, por nombrar a uno entre varios, que plantaron cara al fraude y contribuyeron a crear conciencia, entre quienes no estaban obnubilados, acerca del camino que estaba tomando la fiesta.<br /><br />Ahora bien, la semilla de la verticalidad y del arrimón ya estaba sembrada y la recogió el siguiente revolucionario para movilizar huestes de apologetas que lo consagraban como el gran maestro de la torería contemporánea. Paco Ojeda llegó poniéndose en “el sitio donde no se ponía nadie” “acortando distancias” y “atropellando la razón”. El arte del maestro del arrimón se desvaneció en el mismo momento en que se cortó la coleta y su nombre quedó plasmado en poco más que en los aduladores escritos de plumarios interesados. Eso sí, la táctica de pararse donde el toro no le veía fue adoptada por algunos de sus colegas más jóvenes, los que utilizaron el truco con menos personalidad y menos poder que el titular de la causa y por ello su efecto fue menor. Además, la emulación solamente es positiva y justificable en la tauromaquia clásica, pero cuando se trata de trucos se transforma en simple imitación.<br /><br />Paralelamente a esas corrientes renovadoras –las renovaciones no siempre tienen que ser positivas- la fiesta ha vivido apariciones y reapariciones de toreros que se han transformado en revulsivos que han hecho reverdecer esperanzas en un renacimiento de la tauromaquia tradicional, la de verdad. Cuando Antoñete volvió de Venezuela y salió al ruedo a dar distancia a los toros, a entender los terrenos, a parar, a templar y a mandar, el cielo de la afición se abrió y apareció un sol deslumbrante, a pesar que lo que hacía el maestro no era más que torear, simple y llanamente. La tan manida “difícil facilidad”.<br /><br />La misma que mostró un torero bogotano innominado cuando llegó a Las Ventas haciendo el toreo y tuvieron que abrirle cuatro veces seguidas la puerta grande. No hizo más que torear. No anduvo a revolcones ni a gestas con ganado morucho; no tuvo la traca publicitaria, ni la atracción del morbo, ni las exaltaciones líricas de ignaros rapsodas. La mayoría de los espectadores no tenía muy claro lo que estaban viendo pero cuando el arte se produce en toda su pureza las explicaciones sobran. Solamente vuelven a ser necesarias cuando el toreo de la farsa es interpretado como la quintaesencia de la tauromaquia, que es lo que tememos que sea lo que ocurre actualmente.<br /><br />Los golpes y las privaciones han hecho que los aficionados nos estamos poniendo modestos en nuestra lista para los reyes. No queremos mitos, ni revolucionarios, ni fenómenos. Queremos toreros. Toreros que toreen toros. Nada más.Opsenhttp://www.blogger.com/profile/08225355401900043078noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-1149606533733521174.post-87070093680298970122007-11-12T00:13:00.000-08:002007-11-12T00:23:14.741-08:00La Educación Urgente<span style="font-size:85%;"><em><p align="right">Preguntaréis ¿por qué su poesía no nos habla del sueño, de las<br />hojas, de los grandes volcanes de su país natal? </em></span></p><p align="right"><span style="font-size:85%;"><em>PABLO NERUDA</em></span> </p><p>Dicen los sabios que es feliz, no aquel que tiene mucho, sino aquel que tiene lo que necesita. Seguramente es verdad, pero también hay que tener en cuenta que las necesidades varían y que no se pueden aplicar el teorema con la misma medida a todo el mundo. Por ejemplo, servidor es razonablemente feliz con sus medios que, sin ser éstos cuantiosos ni muchísimo menos, me permiten darme algunos gustos y perseguir algunas aficiones. Igualmente me puedo imaginar que si Donald Trump se encontrara alguna vez con que su cuenta bancaria tiene la liquidez actual de la mía se pegaría un tiro.<br /><br />Es por eso que, si bien es difícil establecer pautas que contenten a todo el mundo, si se trata de bienes culturales de beneficio y goce comunes, convendría ponerse de acuerdo en determinados mínimos. Para llegar a ellos es imprescindible la información, y eso es algo que en un arte de las características de la tauromaquia actualmente no es un elemento demasiado recurrente, no solamente entre el público de aluvión sino también en espectadores relativamente asiduos.<br /><br />Para empezar habría que comenzar estableciendo que el hecho que “el público se divierta” no otorga automáticamente legitimidad a ningún espectáculo y que las orejas no necesariamente son respetables porque “el público las pidió”. El desconocimiento de los rudimentos de la fiesta, promovido marrulleramente por los estamentos taurinos para hacer caja, ha hecho que actualmente las plazas de toros se dejen regir por una mayoría cada vez más vociferante, envalentonada por los medios de comunicación que necesitan de esa masa para pasar de matute su tauromaquia falsificada. Si bien, la fiesta siempre ha hecho gala de su condición democrática, y su respeto por el público soberano ha sido una de sus características tradicionales, el gobierno de los iletrados puede conducir a extremos o distorsiones que a la postre pueden resultar fatales.<br /><br />El riesgo de hacer este tipo de disquisiciones es que uno aparezca jactándose de conocimientos o especializaciones que no le corresponden y, aunque así fuera, que sería presuntuoso sacar a relucir. Pero lo cierto es que la democracia indiscriminada no tiene aplicación cuando se trata de una forma de especialización que responde a leyes, principios y técnicas determinadas.<br /><br />El arte del toreo tiene una lógica, una técnica y una tradición que hace que no sea demasiado difícil reconocer su validez, si aquel que lo evalúa tiene los conocimientos básicos de la teoría. Es mucho más sencillo que en otras especialidades no artísticas como, por ejemplo, la arquitectura o la medicina, y quizás sea por eso que la democracia no tiene cabida en esas otras actividades. Sería demencial que a un quirófano asistiera un público premunido de la libertad de elección, al que durante el desarrollo de la intervención quirúrgica se le preguntase, por poner un caso: </p><p><br />¿Qué piensa usted que el doctor López debe hacer con este paciente?<br />A: Una colecistectomía abierta.<br />B: Implantación de cardiodesfibrilador endocárdico abdominal con electrodo tunelizado a vena cefálica.<br />C: Afeitado y corte de pelo.<br /><br />Por supuesto que una decisión no suficientemente informada trae en ese caso consecuencias mucho más graves que una salida a hombros, pero el principio es exactamente el mismo. La otra gran diferencia está en que la potestad del público soberano es un componente indisoluble de la tradición taurina, y nadie la pone en discusión, entre otras cosas porque sería seguir distorsionando la historia como lo vienen haciendo los taurinos desde hace ya bastante tiempo.<br /><br />Es por eso que habría que llegar a un consenso que, partiendo de una información especialmente dirigida a entender la esencia del espectáculo para después poder opinar de todas sus ramificaciones, que son muchas y contradictorias a veces, pero que responden a un tronco común legítimo, nos lleven a tratar de conseguir un punto de felicidad que nos satisfaga a todos.<br /><br />Lo malo de todo esto es que, en el caso del toreo, son los propios profesionales los que intentan convencer a la concurrencia menos ducha que lo que corresponde hacer es un lavado con teñido y permanente, mientras el paciente se muere. Es lo mismo que haría un cirujano venal e ignorante para tapar sus deficiencias y para que el propio público no le enrostre su incompetencia y le sugiera que se dedique a peluquero, profesión igualmente digna de todo respeto pero que va acompañada de un riesgo menor.<br /><br />Y volvemos a la cuestión de siempre: la falta de información. La fiesta está como está por causa de la manipulación fraudulenta de la información de parte de los taurinos. Esa estafa, perpetrada en la mayoría de los medios escritos y en televisión, ha llevado a la aparición de un público desproporcionadamente opinante, para lo que le permiten sus escasos conocimientos, que ha pretendido, y muchas veces conseguido, neutralizar a quienes realmente aman el espectáculo en su pureza y además saben en qué consiste.<br /><br />Las páginas de internet y los blogs de aficionados han venido a cubrir una carencia en ese sentido y forman algunos de los pocos contrapesos a la maquinaria propagandística oficial. Pero en esos mismos blogs se puede apreciar también, de vez en cuando, la ideología de aquellos programados para darse por satisfechos con lo que les venden por bueno.<br /><br />Hace poco, en los comentarios de una publicación de un extraordinario aficionado, alguien se quejaba porque las tan indiscretas como veraces fotos de Juan Antonio Hernández revelaban solamente la parte negativa de lo ocurrido en el ruedo, y otro ofrecía la alternativa de ver las imágenes de la misma corrida publicadas en Mundotoro. A grandes rasgos, aquel grupo de los que son felices con lo que les dan sin preguntarse si realmente es lo que necesitan podría dividirse en tres categorías: los que son engañados porque no conocen nada mejor, los que se dejan engañar para amortizar el precio de la entrada y los que, conscientes o inconscientes de que son parte de un engaño, cierran filas con los embaucadores y se dedican a hacer proselitismo del mismo.<br /><br />Los últimos son irredimibles, los segundos podrían llegar a ser convencidos de que no están amortizando nada sino que les están robando la cartera y los primeros son los que deben ser educados urgentemente porque de ellos depende en gran medida la continuidad de la fiesta. A ellos les corresponde evitar que la ignorancia termine por apoderarse del arte y que el paciente terminal en que se ha convertido la fiesta de toros sea trasladado al depósito de cadáveres, aunque sea luciendo una cabellera que no veas.<br /></p>Opsenhttp://www.blogger.com/profile/08225355401900043078noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1149606533733521174.post-32291494970905246552007-11-12T00:12:00.001-08:002007-11-12T00:27:41.915-08:00No están leyendo<p> </p><p><br />Si a algo le podemos atribuir el mérito de la toma de conciencia acerca de la real situación de la Fiesta actual, sus problemas, sus posibles soluciones y, más importante de todo, la percepción de lo que debe ser, es a las participaciones de los aficionados en este controvertido, contradictorio y bendito universo del Internet.<br /><br />Hasta hace algunos años, la representación de la afición estaba a cargo de estupendos periodistas, auténticos escritores taurinos, que llevaban la verdad de la tauromaquia a través de sus páginas, ante la desesperación de aquellos que no dudaban en querer mantener el negocio a costa de sacrificar la esencia del espectáculo; aquellos para los que la diversión estaba por encima de la autenticidad. El fenómeno sigue siendo conocido actualmente porque esa tendencia no ha cambiado entre los taurinos y sus servidores; la diferencia está en que entonces había algún contrapeso y no faltaba aquel espectador menos asiduo que, siguiendo las páginas de Joaquín Vidal o Alfonso Navalón, tomaba posiciones del lado de los que querían salvar la tauromaquia en su sustancia.<br /><br />Por otra parte, la influencia de los aficionados en las plazas también era mayor, y no era inusual que más de algún espectador de aluvión se dejara influir por las bienintencionadas admoniciones de algún aficionado más veterano y más documentado, consiguiendo que se estableciera un equilibrio frente al ignorante triunfalismo.<br /><br />Muertos Vidal y Navalón, con casi todos los medios de comunicación copados por periodistas afines a la “marcha de los tiempos”, interpretable como cada vez menos toros, cada vez menos emoción y cada vez más publicidad paralela, parecía como que la voz de los aficionados se iba a reducir a los frugales cuadernillos impresos cada varios meses, cuya modesta distribución era y es totalmente inconsecuente con su real importancia. Hasta que llegó la famosa web y todo cambió. Las páginas de aficionados, como ésta y otras, los foros de tauromaquia y los blogs, que se han convertido en el catalizador de la ideología de los aficionados, establecen un contrapeso monumental a la opinión oficial. Por una página comercial de toros, que vive del avisaje, de la propaganda de toreros y de la venta de jamones, hay varias páginas taurinas y blogs que los desmienten y denuncian, y que han conseguido una convocatoria quizás mayor que la de los medios taurinos oficiales.<br /><br />Ya de varios sitios hemos notado que nos leen. Muchos son suficientemente discretos como para disimularlo y ninguno nos nombra, pero está claro que sus comentarios están directamente relacionados con los análisis publicados en los medios de los aficionados, y hasta se llega a constatar que, citándonos veladamente, están manifestando su acuerdo con lo que decimos. Bienvenido sea, aunque lo quieran hacer pasar como idea propia. Si de lo que se trata es de salvar la tauromaquia, y la única forma de hacerlo es recuperando al toro de lidia, la emoción, la suerte de varas y la tauromaquia con técnica, arte y cojones, todos aquellos que se sumen podrán presumir ante sus nietos que fueron parte de una campaña de salvamento de la fiesta cuando temía que se llegara a transformar en una parodia de lo que conocíamos.<br /><br />Lo que sí debe quedar clarísimo es que la solución está en nuestras manos y que ningún elemento externo tiene ni tendrá participación alguna en el destino de la fiesta. Los antitaurinos, los que, curiosamente, también nos leen, harán bien en no alegrarse demasiado porque lo que se pretende instituir como sucedáneo de la tauromaquia que conocemos ahora no es menos “cruel” ni está destinado a la desaparición. Los únicos que desaparecerán, en caso que se imponga, son los aficionados de las plazas, pero la fiesta continuará. De nosotros depende que continúe con las características de arte y espectáculo que siempre tuvo, y las páginas de los aficionados están prestando una gran labor para conseguirlo.Opsenhttp://www.blogger.com/profile/08225355401900043078noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1149606533733521174.post-65175445561455078112007-11-12T00:10:00.000-08:002007-11-12T00:27:19.189-08:00Estamos solos.<p> </p><p><br />Ya decíamos cuando comentábamos el retorno de José Tomás y su reaparición en Barcelona que no nos quedaba claro qué fiesta era la que se pretendía salvar. La iniciativa catalana para hacer volver al público a la plaza fue vista por muchos como un razonable intento por recuperar algo que se estaba perdiendo inexorablemente y muchos sostuvieron que cualquier esfuerzo por traer público a la Monumental y por poner la fiesta en el candelero, era loable y digno de apoyo.<br /><br />Ante tanta euforia colectiva, respaldada por los estamentos más heterogéneos de la cultura y el arte, muchos de los cuales no tienen absolutamente ninguna afinidad o conocimiento de lo que realmente es la tauromaquia, surgieron las voces de los “reventadores” de siempre, incluso en estas páginas, manifestando sus dudas acerca de si lo que se quería salvar era la fiesta o el negocio.<br /><br />Pues bien, la ideología del “todo vale” para promover la tauromaquia quedó en evidencia en la mediática corrida de Barcelona y más todavía durante las apariciones posteriores de José Tomás, especialmente la recientemente auspiciada por la misma Plataforma catalana para la defensa de la fiesta, en Ávila.<br /><br />Ha quedado meridianamente claro para todo aquel que fundó alguna esperanza en que la sola presencia de un torero pudiera traer vientos nuevos a un espectáculo devaluado, que el camino seguido es, no solamente inoperante para la recuperación de los valores de siempre del arte del toreo, sino que representa un puntillazo más a la descordada fiesta. Puede que sea el bajonazo definitivo aunque la tauromaquia, y especialmente su afición, han demostrado una capacidad de supervivencia que los ha hecho superar las etapas más oscuras como la de la influencia de Manolete o la era de El Cordobés.<br /><br />La diferencia es que en ambos casos había alternativas. Había toreros capaces de presentar una digna contrapartida al fraude, había toros para demostrar que la cabaña brava no estaba extinguida, había prensa honesta y documentada capaz de denunciar y enseñar y la afición en las plazas no estaba prácticamente anulada por la horda bullanguera que busca la diversión a través del “todo vale” y que todavía se ve respaldada por los comentarios de la prensa del día siguiente.<br /><br />Ahora la afición está sola. Los pocos profesionales que podrían ponerse de su lado ven que cada vez es más difícil y más ocioso remar contra corriente. A todos ellos les va la supervivencia en esto y pocos, poquísimos, quieren ponerla en juego por salvar un espectáculo que nadie quiere, excepto los cuatro chiflados del autobús, esos a los que quieren echar de la plaza. Les sale más fácil y más rentable unirse al carro de los vencedores, aun a riesgo de que la fiesta vaya camino a su ocaso definitivo, porque la tauromaquia sin emoción, sin toro y, por ende, sin arte, no es sustentable ni justificable.<br /><br />Eso lo saben los aficionados, y si lo supieran los antitaurinos estarían tranquilos esperando, sentados frente a su puerta, el paso del cadáver de la tauromaquia eterna. Si supieran a dónde están llevando los taurinos la dignidad de la fiesta y con qué irresponsabilidad se están jugando sus valores más elementales, dejarían de desnudarse frente a las plazas de toros, de enviar mensajes ofensivos a las páginas de aficionados y de preocuparse por el fin de la “crueldad”.<br /><br />Les bastaría con darle tiempo a los mercaderes. La crueldad comienza ahora, con el abuso de animales disminuidos, con la ausencia de riesgo, salvo honrosísimas excepciones que están en el horrorizado recuerdo de todos en estos días, y con lo superfluo que significa la muerte del toro a estoque en este sucedáneo caricaturesco de un noble arte.<br /><br />Estamos solos y ya no sé cuántos somos. No sé cuántos de los defensores de la pureza del espectáculo están dispuestos a luchar por salir de este túnel en el que nos hallamos; no sé cuántos estarán dispuestos a asistir a la presentación de un Manifiesto destinado a salvar la fiesta auténtica; no sé cuántos se habrán resignado y tendrán suficiente con lo que les dan, mientras les den motivo para departir con amigos y organizar guateques de fin de fiesta. Me lo pregunto sin afán de crítica alguna sino solamente por la curiosidad morbosa de calcular cuánto tiempo nos queda.Opsenhttp://www.blogger.com/profile/08225355401900043078noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1149606533733521174.post-49237082498265806212007-11-12T00:09:00.001-08:002007-11-12T00:26:56.736-08:00Salvar la Fiesta<p> </p><p><br />La situación a la que muchas circunstancias han llevado a la fiesta de toros en los últimos años, el estado de desintegración en que se encuentra y la ausencia de toda brizna de luz al final del túnel, han hecho que muchos buenos aficionados hayan echado las campanas al vuelo por el retorno de un torero polémico, que llegó acabando con el cuadro y se fue por la puerta de atrás después de haber dejado una penosa sensación entre aquellos que habían cifrado sus esperanzas en él.<br /><br />El regreso de José Tomás ha sido ampliamente analizado en este mismo portal en un estupendo artículo de Juan Antonio Hernández, que recomiendo fervientemente leer a todo aquel que no lo haya hecho. Después de hacerlo, seguramente los lectores notarán que este humilde aporte podrá ser repetitivo y en caso que no necesiten que les reiteren argumentos ya conocidos, les recomiendo que interrumpan la lectura. Si he decidido dar mis opiniones no ha sido con el propósito de ser original sino solamente de dejar constancia de sentimientos que posiblemente comparta con otros aficionados.<br /><br />Yo soy uno de los que creen que para salvar la fiesta hace falta un revulsivo radical que la saque del despeñadero en la que se encuentra y la encarrile por los derroteros que nunca debió abandonar y, para ser sincero, no sé si, dadas las actuales condiciones, esa posibilidad tiene algún viso de éxito. Porque de lo que se trata actualmente no es de reemplazar un aspecto por otro sino de cambiar toda una maquinaria que se ha conjurado para mantener y desarrollar un espectáculo adulterado.<br /><br />Concretamente, a mi juicio debe intentar conseguirse que los toros auténticamente de lidia no se queden en el campo porque los ganaderos no han sido capaces de venderlos ante la negativa de ponerse al frente de los toreros, todos los toreros, no solamente las figuras. El exigir “ganado de garantía” ya no es una prerrogativa de los maestros consagrados sino de cualquier novillero innominado.<br /><br />Debe intentarse la formación de una generación de toreros que tengan la capacidad profesional necesaria para enfrentarse a toros auténticamente de lidia, poderles, torearles y cortarles las orejas, en lugar de quejarse plañideramente por las malas condiciones de un ganado que no ha hecho otra cosa que responder a su naturaleza de animal bravo, cuando se llegan a encontrar con toros que no vayan y vengan cual borregos.<br /><br />Debe intentarse que la prensa termine con su astuta campaña de desinformación destinada, en algunos casos, a promover los productos de sus empleadores o de sus clientes, tanto ganaderos como toreros, actitud con la cual han conseguido “formar” casi una generación de espectadores desorientados en todo lo que signifique la esencia real de la fiesta, pero envalentonados con el apoyo de personajes en los cuales confían porque aparecen por la tele o publican latos artículos en revistas presuntamente especializadas. Son esos espectadores los orejeros que indultan, que desconocen los rudimentos de la fiesta y que todavía tienen la audacia de querer echar a los aficionados de las plazas.<br /><br />Habría que ser demasiado iluso para pensar que solucionar todos estos puntos centrales, que además tienen una gran cantidad de ramificaciones que no hay espacio de comentar aquí, es una tarea viable. Sinceramente yo no lo creo aunque sigo propugnando que hay que salvar la Fiesta y apoyo toda iniciativa que lleve a ese propósito. Ahora bien, habría que aclarar qué fiesta queremos salvar. El regreso de José Tomás ha promovido, debo reconocer que para mi sorpresa, una ola de reacciones de parte de estupendos aficionados que parecen todavía cifrar esperanzas en el hecho que el acontecimiento represente un espaldarazo para la tauromaquia en general, y para la recuperación de la fiesta de toros en Cataluña, en particular.<br /><br />Entre los argumentos en los que basan su optimismo está que la plaza se llenará por primera vez en mucho tiempo, y es perfectamente posible que así sea. Ahora bien, no será el resurgimiento de la afición catalana la que atestará la Monumental sino la llegada de gente de toda España y Francia que muy posiblemente no vuelva a ir después del festejo. No se trata de ser agorero, pero esa gente no va a ver toros a Barcelona como no sea porque reaparece José Tomás y cuando eso haya pasado lo más posible es que no vaya de nuevo. Sin pasar por alto el hecho que muchos de ellos no irán siquiera a ver toros sino a José Tomás, y tampoco es eso.<br /><br />Teniendo en cuenta esta circunstancia y el hecho que el cartel está completado por toreros dudosos, por decir lo menos, para el aficionado, y que los toros provienen de una ganadería que no deja lugar a duda alguna en su condición de casta, raza y bravura, ¿podemos considerar el acontecimiento taurino como un gran espaldarazo para la fiesta? En otras palabras, ¿es esa la fiesta que queremos respaldar? Porque si es eso, no deberíamos molestarnos. Los que sostienen que es importante que la fiesta esté en el candelero pueden estar tranquilos porque esa fiesta sí lo está, desde hace mucho tiempo. Es la fiesta que aparece todas las semanas en el Tomate, en las revistas del corazón y en la prensa rosa. No hace falta que vuelva José Tomás para la gente se interese por esa farsa. Basta con que se retire Jesulín, “reaparezca” Ortega Cano y Tendido Cero le dedique capítulos enteros a la falacia del indulto como tabla de salvación para la casta y la bravura.<br /><br />La fiesta que se trata de rescatar es la del arte y del valor, no aquel circo con el que nos han venido bombardeando desde hace años, y la reaparición de José Tomas en Barcelona, a priori, no parece ser el mejor camino para conseguirlo. Todo lo contrario.Opsenhttp://www.blogger.com/profile/08225355401900043078noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1149606533733521174.post-77599514942152222242007-11-12T00:07:00.001-08:002007-11-12T00:07:30.553-08:00La ilusión<p> </p><p><br />Frederich Nitzche escribió que la esperanza es el peor de los males porque prolonga los tormentos del hombre. Ahora que nos aprestamos a enfrentar una nueva versión de la primera feria del mundo en la capital de España, los recuerdos se transportan a aquellas épocas no tan lejanas en las que los aficionados llegaban a la plaza con ilusión, y por mucho que los decepcionara lo que veían en el ruedo, la tozuda esperanza se imponía ante su raciocinio y al día siguiente estaban nuevamente sentados en su incómoda localidad a la espera del milagro que los llevara a salir toreando de Las Ventas, como ya muchas veces había ocurrido. Por cierto, por muy quimérico que fuera el optimismo, tenía una base en qué sustentarse. En el toreo los milagros se producen bajo reglas estrictamente lógicas, y de no darse éstas no hay intervención divina que valga. El problema actual es que lo que está ocurriendo con la Fiesta de Toros hace que se haya removido irremediablemente la base terrena para el milagro y la ilusión.<br /><br />Un autor norteamericano escribió, sin haber pisado nunca una plaza de toros y sin sospechar que estaba definiendo parte de la ideología del aficionado, que “la imaginación es más fuerte que el conocimiento, el mito es más potente que la historia, los sueños son más poderosos que los hechos y la esperanza se impone a la experiencia”. Pero claro, también la realidad tiene que ayudar un poco. Preguntarse actualmente qué esperamos ver en esta feria que se avecina es sacar un pasaje sin retorno al desaliento. La casta, la bravura, el trapío, la integridad del toro de lidia, incluso hasta los problemas por resolver, solamente pueden resarcirnos parcialmente si junto con admirarlas en el ruedo nos vemos forzados a presenciar que han de enfrentarse a una acorazada ruin que las destrozará reglamentariamente en dos interminables varas. Según las nuevas disposiciones ya no hacen falta tres entradas. Medir la bravura es un trámite fútil; “ver al toro”, un lujo superfluo. La “neotauromoqua” hecha ley.<br /><br />Si llega a salir ganado de esas características, cosa que no se ve, salvo honrosísimas excepciones, y no necesariamente en Madrid, desde hace bastante tiempo, y si llega el animal a conservar todavía arrestos y poder después de la carnicería inicial, se estrellará contra la ya habitual ausencia de recursos de la torería a pie, aunque en algunos casos el pundonor haya enmascarado la indefensión y haya transformado en meritorios legionarios a toreros sin talento, otorgándoles un apelativo ostentado por antiguos maestros cuya principal virtud era precisamente la técnica. El manido aforismo “cuando hay toros no hay toreros” (su contrapartida ya no tiene mayor aplicación) se ha superado en la práctica, no con el proceso de preparar toreros para dominar a los toros de casta, sino eliminando a los toros de casta para que los diestros no tengan nada que dominar.<br /><br />El paso de la tauromaquia a esto que estamos viviendo no ha sido sutil pero sí paulatino e inexorable. No seré yo el que atribuya una inteligencia malévola superior a quienes están detrás de la descomposición del espectáculo porque sinceramente creo que ha sido una corrosión casual y casi inconsciente. Simplemente se ha tratado de un abuso indiscriminado e irresponsable de recursos naturales hasta convertirlos en irrecuperables por una razón u otra. Es sabido que, en su momento, muchos ganaderos, por miedo a quedarse irremisiblemente sin el pan que llevarse a la boca, sucumbieron (algunos de muy buen grado, todo hay que decirlo) ante las exigencias de los taurinos, y ahora, por razones relativamente similares, al ver que la desintegración que han propiciado se manifiesta en pérdidas económicas, cuando ven que las plazas no se llenan nunca, que los toros se venden por menos dinero porque no hay selectividad y que la fiesta está en el candelero solamente por pucherazos, divorcios o acometidas antitaurinas, algunos han exhibido su intención de volver a inocularles picante a sus toros “artistas”. Pero el daño ya está hecho y si llegan a conseguirlo, será para estrellarse contra el muro de ineptitud de profesionales que ya se han acostumbrado a otra cosa. Y por cierto, corren el riesgo de enfrentarse a la prensa taurina moderna, dispuesta a descalificar como obsoletas la casta y la bravura.<br /><br />Si la corrida de Victorino del San Isidro de 1982 hubiera saltado al ruedo el año pasado habría sido un petardo descomunal y les habría faltado ordenador a los plumarios para calificarla de “imposible” por su peligro y aviesas intenciones, y de una involución a épocas felizmente superadas. Y los cuatro “intransigentes” que, sin duda, hubieran aplaudido a toda la corrida en el arrastre y hubieran enrostrado a los actuantes su falta de vergüenza, habrían sido llevados a la picota e infamados por su falta de sensibilidad para los que se juegan la vida en el ruedo.<br /><br />Dicen que la esperanza es lo último que se pierde y me temo que sea verdad porque el momento está empezando a llegar. No solamente nos han robado la fiesta, nos han robado la ilusión. Nos han robado la inexplicable fe en el milagro que nos llevaba a la plaza a ver a Curro. Aquella que hubiera llenado hasta la bandera la plaza de Las Ventas si Chopera hubiera programado de nuevo la terna Antoñete, Curro y Paula la semana siguiente del celebérrimo escándalo. El astuto empresario vasco lo pensó pero decidió que hubiera sido una provocación y no lo hizo, pero la plaza se hubiera abarrotado y ¿quién sabe? a lo mejor se hubiera dado el milagro. Ahora no. O por lo menos nada que se nos ocurra a bote pronto. A menos que, claro, aparezca alguien... Qué diablos. Vamos a seguir soñando.<br /><br /> </p>Opsenhttp://www.blogger.com/profile/08225355401900043078noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1149606533733521174.post-8124645488088509462007-11-12T00:04:00.000-08:002007-11-12T00:32:16.638-08:00La Indefensión<p> </p><p><br />La concesión de la plaza de Las Ventas de Madrid a la empresa Taurovent ha venido a poner en evidencia varias cosas que merodeaban por el abatido subconsciente de los aficionados pero que quizás nunca habían quedado tan palmariamente demostradas como ahora.<br /><br />En primer lugar, que la legalidad y la integridad no desempeñan ningún papel en las decisiones de quienes rigen los destinos de la Fiesta. No solamente se ha renovado el contrato a una empresa que ha sido responsable de una de las temporadas más deplorables que se recuerdan en Madrid, que ha incumplido más de un centenar de compromisos adquiridos en su pliego anterior, tal como denunciaron públicamente algunas asociaciones de aficionados, y que no sólo no han reconocido ninguna de sus faltas sino todavía han tenido la desfachatez, tanto los empresarios como sus padrinos de la CAM, de describir su gestión como exitosa, sino que la baremación de los pliegos presentados ha sido tan grotescamente interpretada para dar el triunfo al candidato oficialista que no resiste el menor análisis serio.<br /><br />Sin embargo se han salido con la suya, y esto no solamente ha dejado de manifiesto lo irregular del sistema, sino también ha aportado todavía más pruebas de la indefensión en la que nos encontramos los que pagamos nuestra entrada.<br /><br />A decir verdad, dicha impotencia ya estaba quedando clara ante la propia presentación de los pliegos. Nos daban a elegir entre una empresa fracasada en toda la línea, otro postulante cuyo historial lo pone del lado del taurinismo más recalcitrante y cuyas irregularidades han alcanzado proporciones históricas en un país de la gran cultura taurina que tiene Francia, y un empresario al que muchos atribuían buenas intenciones pero cuya inexperiencia lo hacía inviable para hacerse cargo de la primera plaza del mundo. Y se supone que los aficionados teníamos que decidirnos por alguno de ellos. O tal vez no. A lo mejor de los aficionados no se preocupa nadie y da igual que ninguno de los pliegos presentados, en medio de toda la fanfarria de nombres famosos y entusiastas indocumentados, los represente.<br /><br />El caso no es nuevo, pero hasta hace algún tiempo, el que presentaba sus oposiciones para regir Madrid venía acompañado de un cierto beneficio de la duda, aunque más no fuera por el sencillo hecho que era difícil que lo fuera a hacer peor. O por lo menos eso pensábamos entonces. Cuando llegaron los Lozano a hacerse cargo de Madrid, salíamos de la larga y decadente era Chopera y, aunque no echáramos las campanas al vuelo, abrigábamos la esperanza de que nadie lo podría hacer más mal. Es verdad que nos equivocamos también en eso y al final había hasta quienes añoraban al empresario vasco, pero en su momento el beneficio de la duda era aplicable.<br /><br />En este caso no queda duda alguna. Ni Martínez Uranga ni Casas ofrecen ningún margen para la esperanza y cualquiera de los dos que se hiciera cargo de la plaza habría significado un paso más, y me temo que decisivo, a la degradación de ella y, por ende, de toda la Fiesta de toros.<br /><br />Lo paradójico de todo esto es que, a las sombrías circunstancias en la que nos encontrábamos, se agregó la del manifiesto pucherazo que llevó a la renovación de la concesión, con lo que los aficionados nos vimos en la disyuntiva insoluble de tener que atacar a unos sin poder defender a otros. Hemos denunciado el fraude en la baremación porque es inaceptable en cualquier circunstancia, pero si hubiéramos triunfado en nuestra exigencia de transparencia y honestidad hubiéramos conseguido que la plaza hubiera quedado en manos de lo que muchos consideran hasta un mal mayor.<br /><br />Pero todo es teoría y no nos hagamos ilusiones en ese sentido. Los aficionados no pintamos nada. Somos una minoría que paga su entrada religiosamente y se deja oír en la plaza de vez en cuando. Y cada vez menos, porque la legión de defensores del estatus quo y de la ignominia institucionalizada, aunque lo hagan sin mala intención y como producto solamente de su desconocimiento, han alcanzado una mayoría creo que irreversible en todos los estratos taurinos. O si no que se lo pregunten al aficionado que expulsaron del aula de Las Ventas durante la tertulia de un club taurino, por haber ido a protestar por las irregularidades de la concesión. Joaquín Vidal ya había denunciado durante años que a los aficionados los querían echar de la plaza pero no había llegado todavía el momento en que fueran otros aficionados los que lo hicieran. Si eso no es indefensión, sinceramente no sé qué lo será.Opsenhttp://www.blogger.com/profile/08225355401900043078noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1149606533733521174.post-89823012025373337712007-11-11T23:59:00.000-08:002007-11-12T00:03:47.059-08:00La Propaganda<div align="left"><em><span style="font-size:85%;">“Propaganda es la expresión de una opinión o una acción por individuos o grupos, deliberadamente orientada a influir opiniones o acciones de otros individuos o grupos para unos fines predeterminados y por medio de manipulaciones psicológicas.”<br />Violet Edwards; Instituto de Análisis de<br />Propaganda de Nueva York</span><br /></em><br />La propaganda es tan antigua como la Historia. Desde las viejas culturas, desde los orígenes de las religiones y acompañando a cuanta ideología política ha visto la faz de la tierra, la propaganda ha sido un fenómeno constantemente presente en los procesos de desarrollo de la sociedad. Muchas veces ha tenido una connotación especialmente nefasta, como el tristemente famoso ministerio encabezado por Joseph Goebbels, y otras se ha transformado en un bastión de defensa de la cultura como el Comissariat de propaganda catalán, creado en 1936, pero cualesquiera que haya sido su motivación el elemento de manipulación ha estado siempre presente. Esto ha llamado a la creación de institutos como el citado más arriba destinados a enseñar a la gente cómo pensar en lugar de qué pensar, que es lo que la propaganda persigue.<br /><br />Quizás el ejemplo más elocuente puede ser extraído de la genial novela 1984 de George Orwell, en la que los preceptos del Gran Hermano (qué pena que el término haya adquirido una connotación tan chabacana por obra de la telebasura) se planteaban en tres decidoras líneas:<br /><br /><em>La guerra es paz.</em></div><div align="left"><em>La libertad es la esclavitud.</em></div><div align="left"><em>La ignorancia es la fuerza.</em><br /><br />Esta pedante introducción tiene como objeto llamar la atención de una situación que se vive casi diariamente en el toreo a través de los medios de comunicación y muy especialmente –aunque no exclusivamente- de la televisión estatal. Allí, periodistas profesionales, o por lo menos titulados, tienen la labor constante de trasladar al público un mensaje, en lugar de una información o un análisis. Es raro que la única categoría del periodismo en la que la ética profesional no tiene necesidad de ser respetada, sea la de la crónica taurina pero por lo visto es así y a nadie parece sorprenderle.<br /><br />En cualquier sociedad medianamente civilizada, un periodista que percibe un sueldo de un partido político estaría descalificado para presentarse como analista en un medio del Estado, pero en el caso de los toros los conflictos de intereses parecen no molestar. Con esto no quiero decir que los periodistas que reúnen esas características tengan una agenda de manipulación porque sería tildarlos de deshonestos, pero la constelación en la que se manejan deja espacio para dudas.<br /><br />Estas dudas podrían ser disipadas por una circunstancia que agravaría todavía más las cosas y es que la manipulación y el interés por desvirtuar la verdad y por vender una Fiesta adulterada provenga de una sincera ignorancia, lo que también sería digno de ser analizado por una comisión de ética. Realmente es imposible determinar cuál de los dos casos sería peor, pero lo cierto es que los resultados que tenemos que padecer con porfiada frecuencia hacen sospechar una de las dos causales.<br /><br />Pasando por alto los dislates cotidianos, como las loas al toreo con el pico, la justificación de los pares de sobaquillo, la incapacidad de prever que un toro se va a echar cuando escarba en tablas con la cara entre las manos y el calificar de “curioso” el hecho que una estocada haya caído contraria, es más preocupante que se pretenda convencer al crédulo público televidente que el éxito de una corrida pase por la prescindencia del toro y que el único lucimiento real es el que no hace necesaria la lidia.<br /><br />La corrida de Victorino en Zaragoza, que todavía sigue dando mucho juego, inspiró el siguiente apotegma aparecido en un portal taurino y repetido textualmente por otro periodista en un programa de televisión:<br />“Hay algo más peligroso que un toro peligroso. Que el público crea que no lo es.”<br />Referido a la Feria del Pilar, la afirmación conlleva un error garrafal. El público o, mejor dicho, los aficionados, tenían perfectamente claro que los toros tenían peligro. El peligro de la casta. Por eso los aplaudieron en el arrastre y por eso censuraron a los toreros por la falta de recursos para hacerles frente. La propaganda oficialista quiere deslizar la implicación que los toros con peligro y con casta no son aptos para la lidia, e intentan pasar ese mensaje cada vez que pueden para, por extensión, aumentar la valoración de las reses criadas por quienes los tienen en su nómina de sueldo. (perfectamente legal, por cierto)<br /><br />Que, en este caso, la propaganda manipuladora sea producto de la ignorancia o de una intencionalidad turbia, da exactamente lo mismo. El problema sigue siendo alarmante y digno de ser analizado por alguna instancia oficial de evaluación profesional.<br /><br /></div>Opsenhttp://www.blogger.com/profile/08225355401900043078noreply@blogger.com0