miércoles, 31 de diciembre de 2008

Año Nuevo


Normalmente el título del último artículo del año podría ser perfectamente “Feliz Año Nuevo” en lugar de Año Nuevo, a secas. Es verdad que un título así no aporta mucha información ni despierta mayor interés. Pero la alternativa de desear felicidades indiscriminadas también me ocasiona problemas. Para mí los buenos deseos ecuménicos, en caso de ser sinceros, son improcedentes y de no serlo, son innecesarios. Honestamente no me puedo acostumbrar a la idea de estar deseando lo mejor a todo el mundo, me lea o no, porque este mensaje estaría, idealmente, llegando tanto a Taurodelta como a los reclusos del penal de Punta Peuco, en mi país. Y mientras respecto a estos últimos espero que se pudran en la cárcel, a los empresarios de Madrid les deseo que el cese les llegue lo antes posible pero en estupenda salud y con las mejores perspectivas para el futuro, alejados de las plazas de toros. A mis amigos y familia ya les he hecho llegar mis parabienes, y a los pocos que no he conseguido ubicar, por tener sus señas equivocadas, ya veré la manera de saludarlos cuando corresponda.

Lo que nadie nos impide, sin embargo, es expresar nuestras esperanzas para el año nuevo. Por lo que a mí respecta, reduciendo el ámbito a la temática de estas páginas, quisiera que, por casualidad, salieran toros alguna vez a las plazas, que tocara la suerte que en el ruedo hubiera toreros que supieran cómo lidiarlos y que se diera la dichosa circunstancia de que, cuando esto sucediera, servidor estuviera presenciando el festejo. Cualquiera diría que es una manifestación de modestia franciscana el pedir tan poco, pero la verdad es que si llegara a ocurrir sería un pequeño milagro. Cualquier aficionado antiguo se mesaría los cabellos al escuchar que la presencia de un toro de características tan obvias como casta, trapío, fuerza y bravura sería una entelequia de soñador empedernido y que pedirlo sería estar desprovisto de todo sentido de la realidad.

Y a más de alguno le entraría un jamacuco al enterarse que la gran aspiración de los aficionados actuales es poder ver una lidia en la que se reciba al toro de las características mencionadas arriba, ganándole terreno, bajándole las manos y rematando en la boca de riego; que la suerte de varas se empleara para medir la bravura de los toros a través de ponerlos a su distancia, picarlos arriba y probar cada vez las condiciones de sus embestidas en tres quites; que los banderilleros estén breves, hagan la suerte con galanura, claven arriba, cuadren en la cara, salgan andando y hasta a veces se desmonteren al finalizar el tercio; y que los matadores le den la lidia adecuada al toro, según sus características, y en el mejor de los casos triunfen, si se topan con un animal bravo y noble que les permita citar de largo, cargar la suerte, parar, templar, mandar y rematar atrás para, después de cuatro o cinco tandas, entrar a matar por arriba.

¿Que cuándo he visto yo una corrida así? Aunque parezca raro, muchas veces, y no digo yo, sino muchísimos aficionados que llevan algo más de tiempo yendo a los toros. No he descrito una corrida apoteósica ni una faena de época. Solamente he mencionado lo que tenemos derecho a esperar de un espectáculo como la tauromaquia: que los toros respondan a su condición de reses de lidia y los toreros hagan su trabajo. El problema es que esto se ha desnaturalizado tanto que cuando uno habla de lo normal se piensa que está invocando ensoñaciones antojadizas e imposibles de llevar a cabo. La fiesta está en una situación de descomposición tal que ya no se sabe si es todavía posible disfrutar de su versión tradicional.

Y no solamente los toros. Una esperanza profundamente sincera, es que cuando también se describa a un niño la posibilidad de vivir en una ciudad en la que no caigan bombas, en la que pueda ir todos los días a una escuela que no esté en ruinas, corriendo el riesgo de morir en el camino y que cuando regrese a su hogar no lo haga con el miedo de haber perdido un ser querido en el último bombardeo, que cuando ese niño escuche algo así deje de pensar, con tanto escepticismo como sentido de la realidad, que son sólo los deseos fantasiosos de gobernantes lejanos e indolentes. Si hay realidades modificables deben ser esas. Cargar la suerte o no, ya pierde toda relevancia.

Por cierto, y a pesar de todo, la fiesta la debemos seguir defendiendo y lo haremos. Con esto aprovecho de concluir estas líneas haciendo votos porque dos de aquellos grandes bastiones de la afición, representantes de las entelequias soñadoras de los recalcitrantes, regresen a la vanguardia de la lucha por la integridad. El Chofre y Betialai, Toni y Miguel, comencemos el año volviendo a hablar de toros, que nos hace mucha falta a todos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

http://rayitodeubrique.blogspot.com
ME ENCANTA TU BLOG , ESTE EL EL MIO PARA QUE LE ECHES UN VISTAZO Y ME COMENTES.
UN ABRAZO AMIGO.
RAYITO.