Miguel Machimbarrena, Betialai, hombre culto, decente, respetuoso de la verdad, implacable verdugo de la mentira, de la bajeza y de la deshonestidad. Resulta tan superfluo como poco original referirse así a una persona cuyos valores, éstos y muchos más, son ampliamente reconocidos por quienes lo conocen y hasta entre sus detractores. Esto es, aquellos detractores que todavía conservan una brizna de dignidad y mantienen sus objeciones en el terreno de lo objetivo. Los hay, sin embargo, que, ayunos de argumentos, y ante la desesperación de ver que sus peregrinas concepciones del toreo y su integridad, se enfrentan contra una barrera de hechos incontrovertibles que solamente pueden ser sorteados a través de la obstinación fanática de los que no ven lo que no quieren ver, se ven forzados a echar mano a otros recursos con los que, al parecer, se sienten más a gusto.
A los que llevamos algunos años viendo toros se nos presenta con pertinaz regularidad un fenómeno que, normalmente, tomamos como un accidente más de nuestra afición. Se trata de aquel grupo de espectadores que han llegado a la plaza por las razones equivocadas, y cuyo afán de divertirse a toda costa hace que pasen por alto los principios elementales del espectáculo por el que han pagado. Antes que llegara esta “globalización” de la afición, propiciada por la informática, dichos accidentes se reducían a un mal rato en el tendido o a una sonrisa sarcástica ante una palmaria manifestación de audaz ignorancia.
Ahora que todo el mundo participa en foros, bitácoras y hasta mantiene algunas para ensalzar sus insostenibles ponencias, el mal rato con el vecino en el tendido, muchas veces atenuado por la presencia de algún que otro aficionado que coincide con uno, o el cabreo por la concesión de orejas indefendibles, de toros indecorosos a toreros desvergonzados, han sido reemplazados por una lucha constante contra el oscurantismo, manifestado cada vez con menos pudor, y muchas veces en manada, por quienes quieren cambiar la tauromaquia por ese espectáculo ilógico y soez que padecemos con demasiada frecuencia en la actualidad.
Ante esa avalancha de barbarie, los aficionados tenemos el lujo de contar con la existencia de gente como Miguel Machimbarrena, quien con toda la solidez de su estatura de aficionado y de hombre íntegro, planta cara a la estulticia con el encarnizamiento de quien se sabe luchando por lo que es de justicia y representando la voz, cada vez más atenuada, de los aficionados documentados. Una persona así es peligrosa para el detrito taurineante. Es alguien a quien no se puede vencer a través de la polémica. Es demasiado inteligente y sabe demasiado como para que se le pueda refutar.
No quiere decir esto que sus enemigos tengan conciencia de que sus defensas del “medio toro” y del “medio torero” que haga juego, no tenga cabida en un debate sobre tauromaquia. Todo lo contrario. Su condición de ignaros integrales los hace atribuir las lógicas refutaciones de sus ponencias a una actitud intransigente, biliosa y destructiva. Los argumentos, que cualquier aficionado medianamente instruido reconoce a simple vista, no son tomados en consideración porque los obstinados desconocedores carecen de la base elemental para su comprensión.
Debido a eso, teniendo en cuenta que, por la vía de proponer enormidades para impugnar ponencias enteramente razonables, y sobre las cuales los aficionados no transamos porque está en juego la subsistencia de la fiesta como la conocemos, no van a llegar demasiado lejos, echan mano a la siguiente fase de bajeza, compuesta por la difamación y el ataque personal. Da igual la desproporción de los falsedades, da igual que cada una de las calumnias pueda ser desmontada sin problema alguno a través de una mínima constatación de los hechos, lo importante es apartar el diálogo del terreno de la lógica y de la razón y trasladarlo al sumidero de la infamia y la ofensa tabernaria.
Betialai está demasiado por encima de esa inmundicia como para siquiera molestarse en tomarla en cuenta. Tampoco debiera ser necesario que quienes lo conocemos y queremos nos tuviéramos que dar el trabajo de reaccionar ante lo que, a todas luces, no son más que golpes bajos de ignorantes resentidos, pero la globalización ha hecho que la palabra escrita pueda ser interpretada y malinterpretada de distintas maneras por lectores inocentes que desconozcan el trasfondo de los hechos. Si el papel aguantaba mucho, el monitor aguanta todavía más, y conviene, de vez en cuando, salir al paso de las infamias para que no se vaya acumulando la fetidez hasta que nos acostumbremos al aroma.
Además, nunca está de más manifestar la solidaridad, el respeto y el cariño por un amigo entrañable. Un abrazo, Betialai.
viernes, 25 de enero de 2008
Miguel Machimbarrena, Betialai
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