jueves, 31 de julio de 2008

El Autocar


El autobús ya se ha transformado en un símbolo reconocido para determinar la cada vez menor cantidad de aficionados que van quedando en esta bendita fiesta de los toros. A eso se añade el que dentro del propio vehículo la gente ya va sentada en espacios diferentes y, yendo contra toda lógica que establece que si somos tan rematadamente pocos, por lo menos deberíamos unirnos, se dedica a entablar luchas intestinas que podrán tener un sentido puntual pero que en ningún caso debiera significar una división de lo que tanto nos ha costado reunir. El fenómeno no es nuevo ni, en principio, demasiado grave, salvo en caso de enfrentar un momento de crisis, de amenaza externa o de descomposición interna del espectáculo.

Temo, sin embargo, que el momento sí ha llegado, y que de lo que se trata es de unirse para salvar lo poco que nos va quedando, iniciativa que ha tenido un excelente impulso en la presentación del Manifiesto y su posterior ratificación, aunque en este caso haya serias diferencias de opinión respecto al trato que se le da a la suerte de varas. Pero esas son cosas debatibles y no dudo que se seguirán conversando.

Ahora bien, saliéndonos del caso del autobús estamos empezando a sufrir la influencia de otro medio de locomoción que siempre ha formado parte del bestiario del toreo moderno (por ser coche a motor) pero que está adquiriendo dimensiones desproporcionadas e influencias descabelladas en el transcurrir del espectáculo taurino, desvirtuando su sentido y convirtiendo en circo lo que fue siempre la fiesta del arte y del valor. Nos referimos al famoso autocar.

Rara vez un torero de provincia, especialmente si es un novillero, llega a Madrid sin venir acompañado de un grupo de incondicionales premunidos de albos pañuelos, suculentas meriendas y toda la alegría del mundo, con la sana intención de alentar a su protegido. Nada que objetar. Hasta que la empresa obligó a quitar los carteles y las pancartas de las barandillas de la barrera, éstas no solamente se engalanaban con los capotes de paseo de los toreros sino con los llamados más variopintos de las diversas peñas y asociaciones que querían homenajearse a sí mismas o a los toreros de sus preferencias, actuaran o no, y eso es afición, respetable y entrañable, pura y dura.

Pues bien, además de esas tradicionales imágenes, en medio de la mayor diversidad de peñas, aparecían flores de un día en las que un grupo de incondicionales de Nosecuantos de la Sierra llegaba con su cartelito, “Aúpa Checho”, a los tendidos altos de sol, y acompañaba la actuación de su ídolo con los jaleos más extemporáneos, movidos por el aprecio por el actuante, por una parte, y por otra, porque en los pueblos la fiesta es triunfo, es éxito, es diversión, haya o no toro, haya o no toreo.

Nadie puede criticar una actitud tan candorosa como frívola mientras no pase de ser una anécdota entre las muchas que se viven diariamente en una plaza de toros. El problema se produce cuando los de autocar toman a su cargo el espectáculo y pretenden imponer en plazas ajenas –y de primera categoría, para más inri- los parámetros a los que responden en sus propias plazas, y además, imponerlos por la fuerza bruta. Allí la simpatía se pierde por completo y, además de juzgar la actuación del torero con las habituales exigencias cualitativas que corresponden en la primera plaza del mundo –estoy hablando, obviamente de Madrid- todo exabrupto de ignorantes descontrolados y fanáticos debe ser repudiado y reprimido con todo el peso de la autoridad.

No suele ocurrir, pero en Madrid se dio el caso durante la final del concurso de novilleros. La policía se hizo presente, según cuenta un aficionado del tendido siete, para expulsar a un sujeto que quería ahogar las protestas de un aficionado a golpes, incluso cuando éstas no se referían directamente al chico que estaba actuando sino a la organización misma del evento. Como es obvio que el desenlace del incidente fue el correcto, no ha sido mencionado en ningún medio de comunicación. Los únicos que se han mojado han sido, como siempre, los blogs de aficionados y, obviamente, ninguno, sin excepción, ha hecho causa común con el mamporrero del autocar, sino que han justificado el que el agresor haya sido expulsado del tendido.

A decir verdad, todavía no parece un incidente grave si no fuera por el hecho que se produjo en el corazón del tendido siete. Es decir, la empresa está infiltrando autocares en el único sitio (salvo honrosísimas excepciones) que todavía vela por la pureza y la integridad de la fiesta. Le han abierto la compuerta a los ignorantes provocadores, cuya misión fundamental en la plaza parece consistir en abuchear las protestas aunque no entiendan un comino de lo que está ocurriendo en el ruedo. Y eso sí puede llegar a ser grave porque, si bien esta vez la autoridad ha aplicado el cedazo adecuado, con la mala prensa y el mal nombre que tiene el tendido de los aficionados de Madrid, es perfectamente posible que en el futuro los pasajeros de los autocares tomen como deporte el armar follón en el siete, y ya sabemos a quiénes echarán la culpa los enemigos de la afición.

No se trata de ser agorero ni ver fantasmas donde no los hay, pero este año servidor ha tenido la suerte de ver la Feria de San Isidro desde el tendido siete, rodeado de caras amigas y de expertos aficionados que me ayudaron a pasar momentos gratísimos, viendo y aprendiendo de toros. Pues bien, todas las justas protestas de dichos aficionados eran objeto del rechazo de los tendidos aledaños, e incluso, por parte de vecinos de tendido con vocación más triunfalista. Esto mientras todavía se mantiene una proporción aceptable de buenos aficionados en el tendido. Como eso llegue a cambiar, ya no habrá quien salve la integridad del espectáculo, tan resueltamente defendida por los pocos pasajeros que le van quedando al autobús. Y ya hay demasiados interesados en que eso ocurra.

1 comentario:

BETIALAI dijo...

Certero y brillante, como siempre. ¿Arreglaste el peluco del blog?.