lunes, 12 de noviembre de 2007

La Educación Urgente

Preguntaréis ¿por qué su poesía no nos habla del sueño, de las
hojas, de los grandes volcanes de su país natal?

PABLO NERUDA

Dicen los sabios que es feliz, no aquel que tiene mucho, sino aquel que tiene lo que necesita. Seguramente es verdad, pero también hay que tener en cuenta que las necesidades varían y que no se pueden aplicar el teorema con la misma medida a todo el mundo. Por ejemplo, servidor es razonablemente feliz con sus medios que, sin ser éstos cuantiosos ni muchísimo menos, me permiten darme algunos gustos y perseguir algunas aficiones. Igualmente me puedo imaginar que si Donald Trump se encontrara alguna vez con que su cuenta bancaria tiene la liquidez actual de la mía se pegaría un tiro.

Es por eso que, si bien es difícil establecer pautas que contenten a todo el mundo, si se trata de bienes culturales de beneficio y goce comunes, convendría ponerse de acuerdo en determinados mínimos. Para llegar a ellos es imprescindible la información, y eso es algo que en un arte de las características de la tauromaquia actualmente no es un elemento demasiado recurrente, no solamente entre el público de aluvión sino también en espectadores relativamente asiduos.

Para empezar habría que comenzar estableciendo que el hecho que “el público se divierta” no otorga automáticamente legitimidad a ningún espectáculo y que las orejas no necesariamente son respetables porque “el público las pidió”. El desconocimiento de los rudimentos de la fiesta, promovido marrulleramente por los estamentos taurinos para hacer caja, ha hecho que actualmente las plazas de toros se dejen regir por una mayoría cada vez más vociferante, envalentonada por los medios de comunicación que necesitan de esa masa para pasar de matute su tauromaquia falsificada. Si bien, la fiesta siempre ha hecho gala de su condición democrática, y su respeto por el público soberano ha sido una de sus características tradicionales, el gobierno de los iletrados puede conducir a extremos o distorsiones que a la postre pueden resultar fatales.

El riesgo de hacer este tipo de disquisiciones es que uno aparezca jactándose de conocimientos o especializaciones que no le corresponden y, aunque así fuera, que sería presuntuoso sacar a relucir. Pero lo cierto es que la democracia indiscriminada no tiene aplicación cuando se trata de una forma de especialización que responde a leyes, principios y técnicas determinadas.

El arte del toreo tiene una lógica, una técnica y una tradición que hace que no sea demasiado difícil reconocer su validez, si aquel que lo evalúa tiene los conocimientos básicos de la teoría. Es mucho más sencillo que en otras especialidades no artísticas como, por ejemplo, la arquitectura o la medicina, y quizás sea por eso que la democracia no tiene cabida en esas otras actividades. Sería demencial que a un quirófano asistiera un público premunido de la libertad de elección, al que durante el desarrollo de la intervención quirúrgica se le preguntase, por poner un caso:


¿Qué piensa usted que el doctor López debe hacer con este paciente?
A: Una colecistectomía abierta.
B: Implantación de cardiodesfibrilador endocárdico abdominal con electrodo tunelizado a vena cefálica.
C: Afeitado y corte de pelo.

Por supuesto que una decisión no suficientemente informada trae en ese caso consecuencias mucho más graves que una salida a hombros, pero el principio es exactamente el mismo. La otra gran diferencia está en que la potestad del público soberano es un componente indisoluble de la tradición taurina, y nadie la pone en discusión, entre otras cosas porque sería seguir distorsionando la historia como lo vienen haciendo los taurinos desde hace ya bastante tiempo.

Es por eso que habría que llegar a un consenso que, partiendo de una información especialmente dirigida a entender la esencia del espectáculo para después poder opinar de todas sus ramificaciones, que son muchas y contradictorias a veces, pero que responden a un tronco común legítimo, nos lleven a tratar de conseguir un punto de felicidad que nos satisfaga a todos.

Lo malo de todo esto es que, en el caso del toreo, son los propios profesionales los que intentan convencer a la concurrencia menos ducha que lo que corresponde hacer es un lavado con teñido y permanente, mientras el paciente se muere. Es lo mismo que haría un cirujano venal e ignorante para tapar sus deficiencias y para que el propio público no le enrostre su incompetencia y le sugiera que se dedique a peluquero, profesión igualmente digna de todo respeto pero que va acompañada de un riesgo menor.

Y volvemos a la cuestión de siempre: la falta de información. La fiesta está como está por causa de la manipulación fraudulenta de la información de parte de los taurinos. Esa estafa, perpetrada en la mayoría de los medios escritos y en televisión, ha llevado a la aparición de un público desproporcionadamente opinante, para lo que le permiten sus escasos conocimientos, que ha pretendido, y muchas veces conseguido, neutralizar a quienes realmente aman el espectáculo en su pureza y además saben en qué consiste.

Las páginas de internet y los blogs de aficionados han venido a cubrir una carencia en ese sentido y forman algunos de los pocos contrapesos a la maquinaria propagandística oficial. Pero en esos mismos blogs se puede apreciar también, de vez en cuando, la ideología de aquellos programados para darse por satisfechos con lo que les venden por bueno.

Hace poco, en los comentarios de una publicación de un extraordinario aficionado, alguien se quejaba porque las tan indiscretas como veraces fotos de Juan Antonio Hernández revelaban solamente la parte negativa de lo ocurrido en el ruedo, y otro ofrecía la alternativa de ver las imágenes de la misma corrida publicadas en Mundotoro. A grandes rasgos, aquel grupo de los que son felices con lo que les dan sin preguntarse si realmente es lo que necesitan podría dividirse en tres categorías: los que son engañados porque no conocen nada mejor, los que se dejan engañar para amortizar el precio de la entrada y los que, conscientes o inconscientes de que son parte de un engaño, cierran filas con los embaucadores y se dedican a hacer proselitismo del mismo.

Los últimos son irredimibles, los segundos podrían llegar a ser convencidos de que no están amortizando nada sino que les están robando la cartera y los primeros son los que deben ser educados urgentemente porque de ellos depende en gran medida la continuidad de la fiesta. A ellos les corresponde evitar que la ignorancia termine por apoderarse del arte y que el paciente terminal en que se ha convertido la fiesta de toros sea trasladado al depósito de cadáveres, aunque sea luciendo una cabellera que no veas.

No hay comentarios: