"¿A quién va usted a creer, a mí o a sus propios ojos?"
CHICO MARX
Diálogo de la película “Sopa de Ganso”
Barriendo un poco para dentro y movido por la amistad que me une con el dueño y administrador de este portal, Juan Antonio Hernández, me permito comenzar manifestando mi reconocimiento y admiración por su labor de esclarecimiento en una época en que la información y la educación en el campo de la tauromaquia han sido reemplazadas por las manifestaciones de fervor simplista, sin fundamento teórico ni base histórica. Es la cultura de las orejas y de los indultos. Es el “divertirse” a toda costa con un espectáculo que, si no se entienden sus rudimentos, pues se inventan y todo el mundo contento. Y aquellos que efectivamente aprendieron en qué consistía el arte de torear antes de entrar a la plaza de toros y mucho antes de abrir la boca en un tendido, son tomados por los aguafiestas pesados que no quieren que los toreros triunfen ni que la gente lo pase bien.
El fenómeno no es nuevo pero en nuestros días ha tomado visos preocupantes por razones estadísticas. Antiguamente, y no digo hace siglos sino hace algunos años, la plaza se dividía en los aficionados, siempre minoritarios pero con una presencia tangible, y el resto del público. Éstos podían ser espectadores de aluvión, japoneses o abonados de toda la vida que todavía no entendían en qué consistía el espectáculo porque no tenían más interés en él que pasarse las dos horas mirando la corrida, conversando con el vecino o pidiendo orejas según fuera el caso, pero que no constituían un fenómeno especialmente agresivo y que podían incluso llegar a ser lo suficientemente maleables como para cerrar filas con los entendidos.
Entre este grupo, sin embargo, tampoco faltaban quienes, sin haber leído una sola línea sobre toreo, sin haber hablado ni un minuto con alguien que sepa y sin preocuparse del obvio inconveniente que significa pretender opinar sobre algo de lo que no se tiene ninguna información, no tenían problema en expresar sus opiniones y manifestarse como cualquier aficionado veterano. Incluso hasta el punto de contradecir a los aficionados expertos y pretender echarlos de la plaza.
Si bien la situación era incómoda, especialmente por lo absurda, la correlación de fuerzas todavía era relativamente equilibrada. Y si bien la presencia de ignorantes opinantes podía llegar a provocar situaciones ilógicas incluso en la primera plaza del mundo, el destino de la tauromaquia todavía no peligraba. Un ejemplo de dicha realidad se puede extraer de una estupenda crítica de Joaquín Vidal de la actuación del torero mexicano Mariano Ramos en la Feria de San Isidro de 1993:
Mariano Ramos cuadró al toro agresor, parte del público le abroncó por eso y hubo de dar unos derechazos. Hay quienes asientan sus posaderas por primera vez en una plaza de toros y, porque pagan -o de eso presumen - ya se creen con derecho a trastocar la fiesta, incluidas su técnica, sus valores y sus tradiciones, que le vienen de siglos. "Hemos pagado y tenemos derecho a ver la faena", se oyó comentar en el tendido. Nunca un torero habría tenido el mal gusto -y peor gesto- de intentar lucirse con un toro que acababa de herir a un compañero, y al escuchar las protestas cuando iba a montar la espada, a Mariano Ramos se le vio en la cara la expresión de la perplejidad.
Lo que ocurre en la actualidad es más complicado. Los aficionados son cada vez menos y su presencia en las plazas es cada vez más contestada, incluso con el uso de la fuerza por parte de círculos allegados a los toreros. Por otro lado, y esto es lo más grave, se está produciendo una suerte de obnubilación en algunos sectores de aficionados tradicionalmente competentes que los hace ver las cosas con las gafas rosáceas del apasionamiento.
Una de las labores más señaladas llevadas a cabo por Juan Antonio, de entre las muchas que debemos agradecerle en defensa de la fiesta, está la publicación de fotografías de las corridas a las que ha asistido; documentos descarnados y veraces de una realidad que no se encuentra en los medios que viven de los que debieran juzgar y criticar. En su gran mayoría los aficionados han recibido con entusiasmo y gratitud los esfuerzos por denunciar determinadas prácticas y quitarle la mística a quienes las ejercen, pero hubo algunos que no estuvieron dispuestos a abrir los ojos a una realidad adversa y calificaron de manipulación lo que no era sino un muestrario de hechos concretos. Hubo hasta algunos temerarios que hablaron de “mentiras”.
Se podrá argumentar que las fotos fijas no revelan las verdaderas características de un espectáculo lineal y de movimientos como el toreo, pero ese nunca fue el propósito. Se trataba solamente de graficar lo planteado en la crónica con el ejemplo de una foto fija. Ahora, como si faltara algo, han aparecido vídeos en internet, cuya autoría me consta que no es de Juan Antonio, en los que se muestra lo mismo pero en movimiento. Cualquiera podría decir que con eso los escépticos tendrían que haber reconocido que tal vez su torero es capaz de equivocarse, por muy santificado que lo tengan, pero no. Ahora la manipulación está en la elección de las faenas.
Un vídeo, por ejemplo, que revela las trampas de José Tomás fue tomado de la grabación hecha y publicada en Youtube por un aficionado partidario del torero. Ambos pueden verse en el mismo lugar para comparar. Lo que pasa es que uno va acompañado de música alusiva y loas escritas, a las que se suman las de los comentaristas, y el otro se detiene en la demistificación del místico con argumentos irrebatibles por lo evidentes.
Pero, por lo visto, no hay forma. Hay que regresar a “Sopa de Ganso”, cuando la inigualable Margaret Dumond increpaba a Chico Marx determinada actuación que él negaba, diciéndole que lo había visto hacerlo con sus propios ojos, a lo que el genial pianista con acento italiano de los Hermanos Marx respondía con la inmortal frase: "¿A quién va usted a creer, a mí o a sus propios ojos?"
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