Si a algo le podemos atribuir el mérito de la toma de conciencia acerca de la real situación de la Fiesta actual, sus problemas, sus posibles soluciones y, más importante de todo, la percepción de lo que debe ser, es a las participaciones de los aficionados en este controvertido, contradictorio y bendito universo del Internet.
Hasta hace algunos años, la representación de la afición estaba a cargo de estupendos periodistas, auténticos escritores taurinos, que llevaban la verdad de la tauromaquia a través de sus páginas, ante la desesperación de aquellos que no dudaban en querer mantener el negocio a costa de sacrificar la esencia del espectáculo; aquellos para los que la diversión estaba por encima de la autenticidad. El fenómeno sigue siendo conocido actualmente porque esa tendencia no ha cambiado entre los taurinos y sus servidores; la diferencia está en que entonces había algún contrapeso y no faltaba aquel espectador menos asiduo que, siguiendo las páginas de Joaquín Vidal o Alfonso Navalón, tomaba posiciones del lado de los que querían salvar la tauromaquia en su sustancia.
Por otra parte, la influencia de los aficionados en las plazas también era mayor, y no era inusual que más de algún espectador de aluvión se dejara influir por las bienintencionadas admoniciones de algún aficionado más veterano y más documentado, consiguiendo que se estableciera un equilibrio frente al ignorante triunfalismo.
Muertos Vidal y Navalón, con casi todos los medios de comunicación copados por periodistas afines a la “marcha de los tiempos”, interpretable como cada vez menos toros, cada vez menos emoción y cada vez más publicidad paralela, parecía como que la voz de los aficionados se iba a reducir a los frugales cuadernillos impresos cada varios meses, cuya modesta distribución era y es totalmente inconsecuente con su real importancia. Hasta que llegó la famosa web y todo cambió. Las páginas de aficionados, como ésta y otras, los foros de tauromaquia y los blogs, que se han convertido en el catalizador de la ideología de los aficionados, establecen un contrapeso monumental a la opinión oficial. Por una página comercial de toros, que vive del avisaje, de la propaganda de toreros y de la venta de jamones, hay varias páginas taurinas y blogs que los desmienten y denuncian, y que han conseguido una convocatoria quizás mayor que la de los medios taurinos oficiales.
Ya de varios sitios hemos notado que nos leen. Muchos son suficientemente discretos como para disimularlo y ninguno nos nombra, pero está claro que sus comentarios están directamente relacionados con los análisis publicados en los medios de los aficionados, y hasta se llega a constatar que, citándonos veladamente, están manifestando su acuerdo con lo que decimos. Bienvenido sea, aunque lo quieran hacer pasar como idea propia. Si de lo que se trata es de salvar la tauromaquia, y la única forma de hacerlo es recuperando al toro de lidia, la emoción, la suerte de varas y la tauromaquia con técnica, arte y cojones, todos aquellos que se sumen podrán presumir ante sus nietos que fueron parte de una campaña de salvamento de la fiesta cuando temía que se llegara a transformar en una parodia de lo que conocíamos.
Lo que sí debe quedar clarísimo es que la solución está en nuestras manos y que ningún elemento externo tiene ni tendrá participación alguna en el destino de la fiesta. Los antitaurinos, los que, curiosamente, también nos leen, harán bien en no alegrarse demasiado porque lo que se pretende instituir como sucedáneo de la tauromaquia que conocemos ahora no es menos “cruel” ni está destinado a la desaparición. Los únicos que desaparecerán, en caso que se imponga, son los aficionados de las plazas, pero la fiesta continuará. De nosotros depende que continúe con las características de arte y espectáculo que siempre tuvo, y las páginas de los aficionados están prestando una gran labor para conseguirlo.
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