El proceso de descomposición en el que se encuentra la fiesta de toros actualmente y su inexorable camino a la decadencia final, si no se hace algo pronto por evitarlo, ha sido causado y defendido por los profesionales del toreo y sus sustentáculos de la prensa y en él no ha tenido participación ningún estamento adscrito a los enemigos de la fiesta. Ni la Unión Europea, ni las autonomías secesionistas, ni los ecologistas ni nadie que no tenga directa relación con el desarrollo mismo del espectáculo son responsable por ninguno de los males que tiene la tauromaquia como está.
Si bien no ha sido un camino de cambios demasiado sutiles se ha hecho con la suficiente discreción como para que el público se fuera tragando el veneno lentamente mientras le convencían que eran medicinas y ahora el estado es prácticamente terminal. Los pocos estertores de reivindicación que se pueden vivir cada cierto tiempo, como las dos últimas corridas de El Pilar, no sirven más que para ofrecer la oportunidad a los taurinos y sus plumarios para reivindicar sus posiciones respecto a la poca viabilidad de la presencia de toros de lidia en los ruedos.
Se especula con que la casta y la bravura, el peligro y la emoción, ya son conceptos que en la fiesta de toros han sido superados por la diversión, el espectáculo, el jolgorio. Mientras más “sirvan” las reses, mientras más colaboren con el torero y mientras más posibilidades tenga el matador de estar “a gusto” ante el toro y, sin pasar sustos innecesarios, cortarle cuanto apéndice lleve pegado a su anatomía, más exitosa ha sido la corrida. Y si a esto le agregamos música, miel sobre hojuelas.
La corrida de Victorino en Zaragoza ha causado reacciones en casi todos los medios de prensa que tienden a establecer como principio el que los toros no deben causar dificultades y que los toros con peligro y con problemas no son aptos para la lidia. En un medio informativo taurino de Internet se puede leer la siguiente reflexión respecto a la corrida que por ser genérica adquiere un carácter axiomático:
“...en la evolución del toreo no caben las involuciones. Si la Fiesta ha ido eliminando su contenido más brutal a lo largo de los tiempos, para adecuarse a las sociedades de cada momento, no se pude dar un paso atrás.”
Las tres líneas son el reflejo incontrovertible de la crisis a la que se ha llevado a la tauromaquia y tal vez convendría analizarlas con algo de detención.
En primer lugar, llamar “evolución” al proceso que ha llevado a prescindir de la casta y de la bravura, ejemplificado dramáticamente por la gradual eliminación de la suerte de varas, ya plasmada en el Reglamento, además de haber propiciado la aparición de generaciones de toreros sin técnica ni recursos, egresados de escuelas taurinas, muchas de las cuales no tienen otro interés que enseñar a sus pupilos la forma de ganar dinero sin pasar agobios, no resiste el menor análisis.
Ya no existen los modestos, los dispuestos a fajarse con lo que les echen con tal de triunfar y llegar a figuras. Ahora todos quieren ser Ponce desde que debutan con caballos y, como decía un magnífico aficionado en su blog, parten exigiendo ganado “de garantía”. Esto los que no llegan a la alternativa sin haber visto un novillo de verdad en su vida y sin haber pasado por Madrid, pero con el importante respaldo de la prensa del corazón. Esta situación de indefensión del escalafón es lo que lleva a situaciones como las que he leído que sucedieron en Zaragoza con los Victorinos. Todos a correr. Y por cierto que la culpa no es de la falta de recursos sino de los toros que no querían que los torearan. No “sirvieron” los malvados. Dale con querer pegar cornadas y eso no lo hace un toro contemporáneo.
Es inevitable dejarse llevar por el sarcasmo pero la situación es seria. Los taurinos y sus escribidores han visto, al parecer, llegado el momento para quitarse la careta y el apoyo ofrecido a sus posiciones por un gran maestro en proceso de retirada al parecer los ha encorajinado hasta llevarlos a escribir que la Fiesta ha eliminado su contenido más “brutal” para adaptarse a los tiempos. ¿A qué se le llama “contenido brutal?” ¿Al riesgo? ¿A la emoción? ¿A la cornada? Todos esos son elementos consustanciales a la tauromaquia y eliminarlos es quitarles su esencia y su sustento. Igual que eliminar la suerte de varas, que parece ser el camino en progreso actualmente. Sin emoción la fiesta no tiene más sentido que el sacrificio de una res por un matarife de luces. Es el combate, el peligro y la supremacía de los recursos del hombre frente a la fiera lo que le otorga legitimidad.
Y aparece, finalmente, el término “involución”, queriendo significar que la Fiesta debe ir con los tiempos y que la regresión a la casta y la bravura es antihistórico. Pues bien, nada puede ser más desatinado que pretender adaptar la corrida a la época actual. La corrida es un anacronismo que ha marchado paralelo a la historia durante siglos y pretender incorporarla a ésta es como pintar graffiti en las pirámides de Gizeh. Es verdad que la Fiesta ha sufrido cambios, como la introducción del peto, la eliminación de las banderillas de fuego o el desjarrete pero todos han sido en beneficio de los animales que componen el espectáculo (para información de los ecologistas). La transformación que persiguen los taurinos profesionales actualmente es la eliminación del riesgo de los humanos participantes y eso nunca formó parte de la evolución de la fiesta. Para ello están involucionando hacia el abuso de los animales a través de una mala alimentación, del corte de astas, de una selección que lleva a la decadencia de la especie y de la presentación en la plaza de animales inválidos e indefensos con el sólo propósito de conseguir que los figurines se luzcan con ellos sin pasar apuros. Esa es la verdadera involución del toreo, el abuso indiscriminado de los animales, no el que la Fiesta recupere los valores que nunca debió perder: el toro de lidia en toda su dimensión y el torero cabal capaz de enfrentarse a él.
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