La situación a la que muchas circunstancias han llevado a la fiesta de toros en los últimos años, el estado de desintegración en que se encuentra y la ausencia de toda brizna de luz al final del túnel, han hecho que muchos buenos aficionados hayan echado las campanas al vuelo por el retorno de un torero polémico, que llegó acabando con el cuadro y se fue por la puerta de atrás después de haber dejado una penosa sensación entre aquellos que habían cifrado sus esperanzas en él.
El regreso de José Tomás ha sido ampliamente analizado en este mismo portal en un estupendo artículo de Juan Antonio Hernández, que recomiendo fervientemente leer a todo aquel que no lo haya hecho. Después de hacerlo, seguramente los lectores notarán que este humilde aporte podrá ser repetitivo y en caso que no necesiten que les reiteren argumentos ya conocidos, les recomiendo que interrumpan la lectura. Si he decidido dar mis opiniones no ha sido con el propósito de ser original sino solamente de dejar constancia de sentimientos que posiblemente comparta con otros aficionados.
Yo soy uno de los que creen que para salvar la fiesta hace falta un revulsivo radical que la saque del despeñadero en la que se encuentra y la encarrile por los derroteros que nunca debió abandonar y, para ser sincero, no sé si, dadas las actuales condiciones, esa posibilidad tiene algún viso de éxito. Porque de lo que se trata actualmente no es de reemplazar un aspecto por otro sino de cambiar toda una maquinaria que se ha conjurado para mantener y desarrollar un espectáculo adulterado.
Concretamente, a mi juicio debe intentar conseguirse que los toros auténticamente de lidia no se queden en el campo porque los ganaderos no han sido capaces de venderlos ante la negativa de ponerse al frente de los toreros, todos los toreros, no solamente las figuras. El exigir “ganado de garantía” ya no es una prerrogativa de los maestros consagrados sino de cualquier novillero innominado.
Debe intentarse la formación de una generación de toreros que tengan la capacidad profesional necesaria para enfrentarse a toros auténticamente de lidia, poderles, torearles y cortarles las orejas, en lugar de quejarse plañideramente por las malas condiciones de un ganado que no ha hecho otra cosa que responder a su naturaleza de animal bravo, cuando se llegan a encontrar con toros que no vayan y vengan cual borregos.
Debe intentarse que la prensa termine con su astuta campaña de desinformación destinada, en algunos casos, a promover los productos de sus empleadores o de sus clientes, tanto ganaderos como toreros, actitud con la cual han conseguido “formar” casi una generación de espectadores desorientados en todo lo que signifique la esencia real de la fiesta, pero envalentonados con el apoyo de personajes en los cuales confían porque aparecen por la tele o publican latos artículos en revistas presuntamente especializadas. Son esos espectadores los orejeros que indultan, que desconocen los rudimentos de la fiesta y que todavía tienen la audacia de querer echar a los aficionados de las plazas.
Habría que ser demasiado iluso para pensar que solucionar todos estos puntos centrales, que además tienen una gran cantidad de ramificaciones que no hay espacio de comentar aquí, es una tarea viable. Sinceramente yo no lo creo aunque sigo propugnando que hay que salvar la Fiesta y apoyo toda iniciativa que lleve a ese propósito. Ahora bien, habría que aclarar qué fiesta queremos salvar. El regreso de José Tomás ha promovido, debo reconocer que para mi sorpresa, una ola de reacciones de parte de estupendos aficionados que parecen todavía cifrar esperanzas en el hecho que el acontecimiento represente un espaldarazo para la tauromaquia en general, y para la recuperación de la fiesta de toros en Cataluña, en particular.
Entre los argumentos en los que basan su optimismo está que la plaza se llenará por primera vez en mucho tiempo, y es perfectamente posible que así sea. Ahora bien, no será el resurgimiento de la afición catalana la que atestará la Monumental sino la llegada de gente de toda España y Francia que muy posiblemente no vuelva a ir después del festejo. No se trata de ser agorero, pero esa gente no va a ver toros a Barcelona como no sea porque reaparece José Tomás y cuando eso haya pasado lo más posible es que no vaya de nuevo. Sin pasar por alto el hecho que muchos de ellos no irán siquiera a ver toros sino a José Tomás, y tampoco es eso.
Teniendo en cuenta esta circunstancia y el hecho que el cartel está completado por toreros dudosos, por decir lo menos, para el aficionado, y que los toros provienen de una ganadería que no deja lugar a duda alguna en su condición de casta, raza y bravura, ¿podemos considerar el acontecimiento taurino como un gran espaldarazo para la fiesta? En otras palabras, ¿es esa la fiesta que queremos respaldar? Porque si es eso, no deberíamos molestarnos. Los que sostienen que es importante que la fiesta esté en el candelero pueden estar tranquilos porque esa fiesta sí lo está, desde hace mucho tiempo. Es la fiesta que aparece todas las semanas en el Tomate, en las revistas del corazón y en la prensa rosa. No hace falta que vuelva José Tomás para la gente se interese por esa farsa. Basta con que se retire Jesulín, “reaparezca” Ortega Cano y Tendido Cero le dedique capítulos enteros a la falacia del indulto como tabla de salvación para la casta y la bravura.
La fiesta que se trata de rescatar es la del arte y del valor, no aquel circo con el que nos han venido bombardeando desde hace años, y la reaparición de José Tomas en Barcelona, a priori, no parece ser el mejor camino para conseguirlo. Todo lo contrario.
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