lunes, 12 de noviembre de 2007

¿Cómo hemos llegado a esto?

El toreo ha pasado por múltiples etapas en su historia que lo han ido modificando, para bien y para mal, hasta dejarlo convertido en esto que tenemos ahora. Si bien es producto de una concatenación de elementos promovidos por los profesionales del toreo, mucho podría evitarse si aquellos que pagan su entrada y los que tienen la obligación profesional de denunciar irregularidades hicieran un frente común para rechazar lo que les pretenden vender como legítimo.

Después de la muerte de Alfonso Navalón, un enemigo le dedicó una necrología, redactada a insultos, que llevaba por título “¿Para qué tantos años de crítica regeneracionista e integrista?” Resistiremos la tentación de comentar siquiera el título, aunque los términos “regeneracionista” e “integrista” dan para mucho, y nos concentraremos solamente en la pregunta y las razones esgrimidas por el autor para hacerla.

El injurioso artículo hace referencia a la actividad periodística desarrollada durante años por Joaquín Vidal, Alfonso Navalón y Vicente Zabala, aprovechando la circunstancia de que los tres ya estaban muertos en el momento en que lo escribió, preguntándose si había tenido algún efecto en la fiesta. Para rebatir en detalle tendría que pasar por releer el artículo y sinceramente el cuerpo no da para tanto, pero en líneas generales la única conclusión lógica tiene que ser que, sin la prensa incorruptible e informada que el crítico pretende desacreditar, la corrida se ha transformado en lo que vemos actualmente. Una suerte de varas en extinción, toros claudicantes, toreros sin recursos, aburrimiento y rabia.

Decíamos que no nos detendríamos en el concepto de toreo que se le atribuía a los críticos aludidos, contando al Zabala de su primera época, para evitar tener que comentar los desprestigiados tópicos del “toro de Madrid: grande, ande o no ande” o del presunto elogio de “la lidia utópica estilo tentadero” que supuestamente se exigía (la que supongo que se referirá a las veces que va la res al caballo, porque no me imagino un tentadero con toreros macheteando por bajo a vaquillas mansas pregonadas. Posiblemente se haya confundido “tentadero” con “capea”) pero habría que recordar que, mientras la prensa ejercía su función fiscalizadora de la dignidad de la fiesta, los toros iban tres veces al caballo, la manipulación de las astas, especialmente en plazas de primera era denunciada y rechazada tanto por la prensa como por el público, y los intentos de engaño de parte de los toreros eran descubiertos a tiempo por un sector de público informado que todavía no era el rehén de una turbamulta, tan indocumentada como deliberante, dispuesta a defender con violencia su derecho a ver una fiesta adulterada.

Si eso le tenemos que agradecer a la crítica “regeneracionista” e “integrista”, ya han cumplido con su apostolado y se han ganado un lugar en el corazón de los aficionados.

Desde entonces las cosas han ido cuesta abajo y convendría analizar por qué. El público que va a los toros tiene que adquirir los conocimientos de algún sitio, a pesar que la tauromaquia parece ser el único arte en el que la sabiduría llega como por arte de magia no bien deposita uno el trasero en el tendido. Antes a Joaquín Vidal lo leía todo el mundo, profesionales y aficionados, taurinos y antitaurinos. Unos para aprender, otros para denostarlo y otros simplemente para disfrutar de la “excelente literatura” que describió el tan erudito como vitriólico antitaurino Manuel Vicent en su artículo publicado después de la muerte de Vidal.


Ahora, los medios que dan cabida a las corridas de toros están en su gran mayoría en manos de periodistas que se han adecuado a los tiempos por una razón u otra, pero sería desproporcionado atribuir a la prensa escrita (cada vez más escasa en el tema de toros), a las revistas financiadas por los propios toreros, ganaderos y empresarios (cada vez más desprestigiadas) o a los portales, ya no financiados sino propiedad de ganaderos, la responsabilidad por la desinformación del público. No parece que su convocatoria sea tan grande como para tener tal grado de influencia. Tampoco la bienvenida contrapartida actual que componen algunos programas de radio, con buenos aficionados a cargo de programas taurinos, parece cambiar demasiado el panorama para bien, especialmente porque se emiten a altas horas de la madrugada por lo que ni siquiera auténticos aficionados están muchas veces en condiciones de seguirlos sin tener que ajustar su reloj biológico.

Queda, pues, el gran medio de masas, la televisión; las imágenes comentadas por expertos –que tendrán que serlo, o no estarían en la tele, supondrá uno- que saquen de su ignorancia a quienes no tienen sino un concepto general y ambiguo de la tauromaquia y están ávidos de devorar los conocimientos de la cátedra. Y aquí nos topamos con el temido carcinoma.

El hecho que uno se sorprenda a veces echando en falta a Gordillo, a Carabias o al mismísimo Matías Prats, da una idea de la situación en que nos encontramos. Tanto los programas como las retransmisiones televisivas actuales, provengan de donde provengan, están presididas por indisimuladas campañas de adulación o delirantes manifestaciones de ignorancia. Y, obviamente, lo que los menos enterados escuchan como comentario a algo que desconocen, queda como artículo de fe para ser defendido en el tendido cuando el vecino está haciendo oír palmas de tango.

Es mucho lo que se puede y se debe decir sobre esa abierta campaña de desinformación llevada a cabo por las televisiones, por lo que un intento de análisis rebasa los límites de este comentario, pero ya tomaremos un ejemplo para ilustrar el escándalo en el que nos vemos envueltos y que nos puede llevar a tener que despedirnos de todavía más de lo que nos han quitado de nuestra pobre fiesta. Mientras tanto, sigámonos aferrando a los recursos a disposición de los aficionados, como esta página en la que me hacen el honor de publicar mis comentarios, haciendo votos para que no sean realmente el último bastión de la lucha contra el fraude sin el comienzo de una reivindicación de la verdad en los medios taurinos.

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