lunes, 12 de noviembre de 2007

Vamos a serenarnos


El regreso de José Tomás estuvo muy mal planteado desde un comienzo, al punto de estar consiguiendo actualmente dividir a la afición. En primer lugar se pretendió dar la idea de que la reaparición del torero tenía el propósito de insuflar nueva vida a una fiesta desfalleciente, ya sea en Barcelona o en general, y bajo esos parámetros se intentó convencer a la gente que recuperar la tauromaquia es llenar las plazas y despertar pasiones.

Para ello se incurrió en un show mediático sustentado en apoyos de personalidades que poco o nada tienen que ver con el mundo del toreo pero que consideraron políticamente correcto poner su nombre para apoyar la iniciativa y, además, a los que no les vino mal subirse a un carro publicitario masivo y gratuito para ayudar a levantar la propia imagen. A algunos les salió la jugada distinta de lo que habían esperado pero la retórica da para mucho y después de cualquier explicación, coherente o no, los estadios se seguirán llenando y los CDs se seguirán vendiendo.

Paradójicamente, sin embargo, llenar las plazas y despertar pasiones no es suficiente para rescatar la fiesta. Las plazas se llenaron suficientemente en los años sesenta y las aficiones llegaron al paroxismo por toreros mediáticos, y si no hubiera sido por la actuación de cierta prensa incorruptible y por una afición sólida e informada, el fenómeno de toreros como El Cordobés habría acabado con la tauromaquia como la conocemos y habría dejado en su lugar el sucedáneo indigno que practicaba.

El problema de la tauromaquia actual no es económico, ni adolece el público en los tendidos de falta de entusiasmo ni de falta de ganas de opinar, sepa o no de lo que está hablando. El problema actual es conseguir recuperar una fiesta íntegra, justa y auténtica, como reza en los principios del Manifiesto de los aficionados, y la vuelta de José Tomás no ha conseguido dar un paso en ese sentido.

Como si esto fuera poco, el fenómeno ha chocado con la intransigencia de todas las partes. Por un lado están los seguidores del torero, que se aficionaron a él, y con justa razón, cuando recién llegó a los ruedos haciendo algo enteramente distinto a lo que nos está ofreciendo ahora, pero sin haber perdido el aura que parece ser el punto más importante de convocatoria entre sus partidarios.

Las acusaciones surgidas de diferentes sectores de la afición en relación con lo poco –o quizás demasiado- selectivo de las corridas que torea, la falta de seriedad de los toros lidiados y de algunas de las plazas en que actúa, especialmente si esa seriedad se ve influenciada por la legión itinerante de idólatras que acompaña al diestro, y la ausencia de recursos que ha demostrado a su regreso, han sido recibidas por los entusiastas partidarios como un verdadero sacrilegio, como la ruptura del Dogma, como el agravio de la Doctrina.

Los detractores circunstanciales del torero han sido objeto de desprecio por su incapacidad de ver lo que no se ve con los ojos de la objetividad, o bien han sido blanco de los más violentos ataques por querer quitarle divinidad a lo que, hasta hace poco, no era más que un espectáculo terreno.

Los vídeos publicados en Youtube respecto a José Tomás, que podrán ser criticados porque, al igual que el arte mismo, todo se puede ver desde distintos puntos de vista, han despertado reacciones comparables con las de las caricaturas de Mahoma. La sola mención a las deficiencias del ídolo es tomada como la culpable desviación de un herético y se acusa a quienes plantean sus disensiones de ser los causantes del conflicto cuando, en realidad, la raíz del problema está en las actuaciones de José Tomás y la forma en que se ha montado su retorno.

Ante esa intransigencia se plantea la de los aficionados críticos; aquella imprescindible incapacidad de transar cuando se trata de la integridad del toro de lidia y la vergüenza torera de los actuantes; esa tozudez que ha conseguido que, por lo menos en Madrid, el espectáculo no haya tocado fondo y que la ha llevado a plantar cara, desde su situación heroica y minoritaria, a cuanto ataque le ha sido dirigido por quienes quieren otra fiesta. Esa intransigencia, a la que yo me apunto sin paliativos, que ha llevado a reducir el círculo desde hace ya décadas hasta llegar a la condición del autobús actual.

Ahora los frentes están definidos y yo creo que corresponde serenarnos y tratar de mirar la situación con una cierta distancia y, sin perder la bienvenida pasión que es consustancial a la afición, tener la suficiente frialdad para reconocerla y guiarla con nuestro intelecto, de modo que no nos lleve, por encandilamientos fugaces, a claudicar de los principios que se defendieron siempre. Es de esperar que lo que comenzó como una posible esperanza para todos los que, a estas alturas, nos agarramos al primer clavo ardiente que encontremos, no conduzca a una nueva escisión y cualquier aporte bienintencionado al diálogo, a la información y a la educación taurina, debe ser bienvenido.

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