domingo, 11 de noviembre de 2007

Y Victorino ¿qué?


Después de la campaña organizada por los medios afines al taurinismo y alentada por las declaraciones de un matador de toros en retiro para eliminar las dificultades y el peligro de la Fiesta de toros, sería interesante que esta maniobra tuviera algún contrapeso o respuesta compatible con el escándalo formado. El derecho a réplica conlleva que la respuesta sea formulada en los mismos medios en que fue publicada la acusación a la que se reacciona y se le dé una difusión comparable.

Obviamente quien debe salir en defensa de los toros y, por ende, en defensa de la tauromaquia eterna, es el ganadero agraviado. Él es el que, puesto en la disyuntiva de tomar partido, debe romper una lanza por esa fiesta creada hace siglos como el arte de dominar a una fiera y no como un ballet inofensivo para forrarse sin sobresaltos, como algunas figuras del toreo actual no tienen empacho alguno en reconocer públicamente.

El problema es que esto es un negocio y hay que defenderlo. Así y todo, hay señales alentadoras. Victorino Martín fue citado en un portal taurino declarando flemáticamente que los toros de Zaragoza le gustaron, pero en su página web va más lejos en su énfasis asegurando que la corrida de El Pilar lo siguiente:

“Corrida muy encastada con los problemas y dificultades que conlleva este encaste. Ha sido una corrida muy bien presentada, muy ofensiva por delante y sinceramente creo que ha desbordado a la terna. En conjunto ha sido un encierro bravo y de gran interés para el público. Cuatro de los seis toros han tomado tres puyazos y ha habido dos toros bastante toreables, especialmente el cuarto que para mí ha sido un gran toro.”

Por lo que se puede extraer de las opiniones de excelentes aficionados presentes en la plaza y especialmente por las descripciones de los plumarios de los taurinos de los “defectos” de la corrida, el ganadero tiene más razón que un santo. Además, escribiendo en su propio terreno, destaca el juego del toro Mentolado, corrido en cuarto lugar, que llevaba el número 13-02 y 513 kilos de peso, y establece dos cosas, a mi juicio, de capital importancia. Primero que el toro fue tan bueno que merece ser mencionado, con foto y todo, entre los mejores de la temporada y, segundo, que “El público protestó la actuación del matador”.

Hasta aquí, todo bien. Lo único malo es que, mientras la maquinaria publicitaria taurina le ha dado todo el bombo que ha podido a su concepción distorsionada de lo que debe ser el toreo, las incuestionables palabras de Victorino han trascendido poco más allá de su libreta de notas.

No se trata de crear enemistades ni de promover polémicas baratas entre los actores de la Fiesta, pero estamos en un punto de transición que puede ser definitivo para el futuro de la tauromaquia y es imperativo agarrarse de todos los salvavidas a mano. Y Victorino ha cumplido esa misión antes con gran éxito y se ha ganado la gratitud de la afición y de los toreros de verdad. Ahora la pregunta es si realmente podemos seguir contando con él.

Desde luego que todo ganadero que ve cómo una corrida es desaprovechada por una terna indefensa y que comprueba (me imagino que con satisfacción) que un grupo de aficionados ha visto lo mismo que él y ha entendido a los toros al punto de aplaudirlos en el arrastre, no para “molestar a los toreros” como quieren vender los propagandistas de destoreo, sino como un homenaje sincero a la casta, habrá de cerrar filas con sus partidarios circunstanciales y criticar a quienes los critican. Pero hasta qué punto esa posición servirá para establecer las bases de una renovada ética del toreo o son un caso puntual que volverá a la rutina la próxima temporada, es algo difícil de predecir.

Victorino quiere que sus toros los toreen las figuras. Es lo que quieren todos los ganaderos y nadie tiene el derecho de reprochárselo. Pero el listísimo ganadero de Galapagar tiene igualmente claro que las figuras no pueden con sus toros y que ya no hay toreros que les saquen el partido que merecen cuando las reses llegan a lucir las características de casta y bravura que las han hecho famosas. Aquel escalafón de lo que la prensa taurina calificaba de “modestos” o “segundones” ya no existe. Para aquellos de memoria corta, se trataba de toreros de técnica, pundonor e incluso capaces de hacer el toreo, de los que ya no se usan, y a los que, en retrospectiva, los aficionados añoramos desde lo más profundo de nuestro corazón.

Aquel dicho tan desprestigiado, por venir de quien vino en las circunstancias en que se pronunció, de que “no hay más cera que la que arde”, es actualmente y por desgracia una verdad como un templo. Y Victorino lo sabe. No estamos descubriendo la pólvora. Todas las “gestas” protagonizadas por los figurines con sus productos para fingir que son capaces de enfrentarse a toros de verdad aunque sea una vez cada varios años, no han sido más que artificios publicitarios para engañar a los más incautos y dar pie a sus asesores de imagen para que vendan el acontecimiento como auténtico. Y Victorino ha colaborado sin paliativos en dichas farsas soltando reses que, si no llevaran la A coronada, podrían perfectamente ser de la ganadería de Perico, Marqués de los Palotes, ganadero comercial donde los haya.

Es por eso, quizás, que las respuestas del ganadero no van acompañadas de declaraciones de principios sino de análisis puntuales y eventuales críticas, y no tocan el punto central de la cuestión. Para Victorino Martín ponerse del lado de los aficionados incondicionalmente es dispararse en su propio pie. Sabe perfectamente que ponerse en esa tesitura lo condenará al ostracismo y lo llevará a correr la suerte de tantas ganaderías de bravo que se extinguieron lentamente porque no había quién las toreara o las quisiera torear, y seguramente no permitirá que esto ocurra.

Ahora se trata solamente de saber cómo llevará a cabo la prueba de contorsionista de ser consecuente con sus principios de gran aficionado y ganadero al mismo tiempo que no deja de ganar dinero complaciendo a los que no son ni aficionados ni toreros ni nada, sino simplemente pretenden ser la Margot Fonteyn del toreo, forrándose sin correr riesgos ni demostrar las virtudes elementales del torero: técnica, arte y valor. Ya se nos han caído algunos iconos en lo que va de nuestra vida de aficionados pero no aprendemos con nada y cada esperanza nueva nos devuelve la juventud. Ojalá que no nos vuelvan a defraudar.

Por cierto, cito a la gran prima ballerina británica como un ejemplo llevado al extremo y no para darle armas a quienes admiraron su arte y su técnica en los escenarios del mundo y quieren eliminar lo demás en la tauromaquia, porque así no funciona la Fiesta. El riesgo, la emoción y el miedo son consustanciales a ella y en eso se diferencia el toreo con el resto de las artes y le confiere todo el mérito que tiene. Ya quisiera ver yo a la señora Margot si Nureyev hubiera pegado cornadas, anda.

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